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Miguel Fernández pasó sus mejores años de infancia entre los peones del establecimiento rural que fundó su padre.
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Para cuando llegó a la edad de 7 años, tenía bien metido en las venas las tareas rurales, el contacto permanente con la peonada y el paisaje del campo; tanto que cuando su madre lo trajo al pueblo para comprarle el guardapolvo, cuenta que le dio mucha tristeza. Sabía andar a caballo, controlar la hacienda, recorrer los diferentes potreros, pero nunca había agarrado un lápiz.
Con la paciencia de la maestra de primer grado, cuando terminó esa primera incursión en la escuela, ya sabía leer y escribir, por lo que la primer carta que escribió fue para doña Paulina, empleada de la casa familiar y esposa de un peón del campo, ambos, los padrinos de bautismo de Miguel.
Suficiente cantidad de años han transcurrido desde aquella primera experiencia, pero con el mismo sentimiento que mamó de niño, Miguel Fernández volvió a tomar el lápiz para escribir de puño y letra –no quiso hacerlo en computadora, de eso se encargó su esposa Liliana- un libro, que es un homenaje a los peones que pasaron por Santa Clara y que el alcanzó a conocer.
Los 97 años de don Miguel Campusano –un reconocido jinete de memorables domas no solamente de la zona, sino también de otras provincias- fueron el motivo para reunir a familiar, amigos, antiguos peones del establecimiento y presentarles el libro donde aparecían sus historias de vida.
Consultado Miguel Fernández, formuló algunos relatos de los años vividos y todo lo aprendido al lado de los peones y de sus padres.