"Les trajimos a la montaña el partido que no pudimos jugar”.
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Con esa frase inició la ronda única que formaban los dos equipos antes de empezar a jugar el partido a la altura más alta que cualquiera de nosotros hubiera jugado en nuestras vidas; tanto con respecto al nivel del mar y como por su significado. En un terreno sobre el cual difícilmente a alguien se le hubiese ocurrido correr aunque sea unos metros, se armó la cancha de rugby más hermosa que vi en mi vida, construida con el amor de los 45 que subimos, poniendo cada uno lo mejor de sí. En esa misma cancha que preparamos, se jugó un partido mágico en el que se juntaron rugbiers reconocidísimos, algunos actuales y otros, no tanto, y hombres que jugaban su primer partido.
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Una de las tantas causalidades o pequeños mensajes de Dios que encontramos, hizo que sean 45 las personas que subieran en la delegación de Rugby Sin Fronteras, el mismo número de pasajeros de aquel vuelo del milagro de los Andes.
Todos, hasta las mujeres, jugaron sus minutos de rugby, en los que hubo takcles, choques, rucks y mauls. En un terreno donde no había un centímetro de tierra pareja, y donde era todo roca, no hubo una sola lesión, un solo golpe feo, todo fue mágico.
Dentro de la cancha había 30 jugadores, pero muchas almas: cada uno llevaba dentro de sí a muchas personas que representaba, y a tantas almas que nos permitieron ir a ese lugar tan sagrado.
Los 16 sobrevivientes nos mostraron que el umbral del dolor y la resistencia llega a un nivel desconocido; y Gustavo Zerbino, secretario de nuestra fundación, nos mostró que tampoco tienen límites su humildad y su generosidad, ya que nos permitió, en nombre del el los 45, vivir una experiencia, de amor, y de sentimientos única: nos abrio las puertas de su casa y de su familia.
La montaña, que hasta el día anterior había tenido un clima de lluvia y piedra, se puso su mejor vestido para recibir a Gustavo, nos regaló tres dias y dos noches soñadas.
Fueron tres días que nos dieron un Master en emociones, durante los cuales cada uno dio lo mejor de su ser, puso su esencia y su corazón al servicio del grupo, donde pudimos conocer un poco más lo que fue “La sociedad de la nieve”, y donde con sólo ver a Gustavo y a sus hijos, aprendimos cómo el milagro de los Andes nos obliga a honrar la vida a cada instante.
45 personas subimos a jugar un partido de rugby, a hacer una cabalgata, a rendir un tributo, a celebrar una misa, a hacer un montón de cosas. Sin embargo, lo que nunca supimos, era lo que nos iban a regalar, Gustavo, la montaña, y las 29 almas que allá están, jamás imaginamos volver con tanto.
El equipo que armó Juan Ulloa (líder y encargado de la logística) junto con sus amigos fue perfecto. Subimos hasta la cruz 60 personas, no faltó absolutamente nada. Fue una coordinación puramente de servicio y atención, con mucho amor; y aunque son muchas las personas que tienen títulos de Guía de montaña, nosotros conocimos a un equipo de gente que además de guías de montaña, saben ser guías de sueños y de homenajes.
Rugby Sin Fronteras cumplió otro sueño, un equipo incondicional de gente trabajó mucho tiempo para que eso sucediera. Otra vez vimos cómo se puede jugar un partido en el que ganan todos, donde no hay perdedores, donde los valores humanos nos permiten soñar con una sociedad mejor. En el que además conocimos que lo imposible, sólo está un poquito más adelante del dificilísimo.
Gracias a semejante equipo, faltó mucha gente, pero no sobró uno solo, para que esto fuera posible, gracias sin fronteras, hasta el próximo sueño.

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