Columna “La ciudad”.
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Con eso no se juega.
Por Florencia Gaitán.
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Sé que puede sonar tonto pero siempre me gustó el programa Gran Hermano.
Vi todas y cada una de las temporadas de este “juego” que encierra a 20 personas en una casa, desafiando la capacidad de convivencia, especulación y sociabilidad del hombre.
Es algo que me atrapa. Me gusta escuchar las historias de quienes forman parte de ese grupo humano, descubrir vidas realmente sorprendentes por lo dramáticas o turbulentas, me atrae ver como se forman vínculos mas o menos “sólidos” en tan poco tiempo.
Pero lo que vi la semana pasada dentro de esas paredes no lo había visto jamás. Y lamentablemente, nada tiene que ver con la fascinación.
Supongo que le habrán comentado o habrá visto en algún noticiero cómo los chicos, escudados tras el aburrimiento que les produce estar encerrados, destrozaban la casa que los acoge por estos días, víctima de una amistosísima guerra entre varones y mujeres.
Volaron almohadones, cayeron lamparitas, se rompieron micrófonos, tanto de ambiente como corbata, y hasta destrozaron el lente de una cámara. Los daños ascendieron a una suma de U$s 30 mil.
En la noche del pasado domingo, Jorge Rial, conductor del ciclo, les mostró lo que habían hecho con el lugar, cómo había quedado después de la batalla y les informó que la producción del programa iba a sancionarlos.
Lo sorprendente es que ninguno de quienes fueron protagonistas de ese hecho, que algunos llamaron “vandálico”, se mostró arrepentido ni asumió su culpa.
Por el contrario, se vieron ofuscados y molestos por recibir un castigo.
Y aquí viene el tema central de esta columna… ¿Qué nos esta pasando?
Hace solo unas semanas atrás veíamos como en el Parque Indoamericano ocupas y vecinos se enfrentaban a piedrazos; en Constitución, manifestantes destrozaron y saquearon locales. Hace unos años atrás, todos los días los noticieros mostraban un nuevo video en el que aparecían alumnos de establecimientos educativos pegándose sin piedad y no olvidemos a quienes murieron en manos de delincuentes que los acribillaron para robarles el auto, las zapatillas o dos pesos.
Estamos viviendo en un nivel de agresividad alarmante. Ante cualquier situación que pueda molestarnos recurrimos a los palazos, las piedras, las piñas. Y ahora, solo basta con estar aburrido para justificar la destrucción.
Sé que no tiene comparación la muerte de una persona con los destrozos en una casa, pero la violencia está, es común y la vemos todos los días en todas sus expresiones.
Estos 18 chicos, seleccionados para participar en un juego en el que lo único que tienen que hacer es interactuar entre las paredes de una casa modernamente decorada, con adornos que tienen un valor monetario, sin dejar de mencionar lo costosos que son los micrófonos y las cámaras, no solo hicieron estragos sino que además jugaron con la comida y se rociaron alcohol en gel, amenazándose posteriormente con un encendedor.
Y no hicieron más que reírse cuando se vieron en el video tape. Les parecía gracioso y nada vandálico ni violento y cuando se los cuestionaba hacían referencia al rating y amenazaban con quedarse durmiendo todo el día si no se les permitían esos desacatos.
Todavía estoy asombrada por como la estupidez avanza cual pandemia entre la sociedad.
Hasta hace no mucho tiempo, este tipo de actitudes eran altamente repudiables. Pero estos chicos supieron encontrarle la veta artística a tal nivel de violencia.
Y lo que es aun más incomprensible, es que muchos lo vean como algo divertido y normal.
Hoy, salir a la calle y pegarle un tiro a alguien tras una discusión en la calle, romper un auto a palazos porque se esta haciendo un piquete, destrozarle y saquearle un comercio a un trabajador simplemente porque se está en contra de su estabilidad económica o ver jóvenes atarse de pies y manos, amenazándose con incinerarse a modo de diversión, parece ser cosa de todos los días.
Si la televisión es, como dicen, un reflejo de nosotros como sociedad yo preferiría no formar parte de ella de ahora en más.
Y si usted no esta de acuerdo conmigo, tenga mucho cuidado. Puede ser victima de un brote violento.

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