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Ezequiel Roth y la experiencia vivida en Haití como integrante de los Cascos Azules de la ONU.

Ezequiel es el mayor de una familia que tiene 5 hijos y que desde hace unos cuantos años viven en Pueblo San José, la comunidad en la que había nacido su padre.

Tiene apenas 21 años y como integrante del Batallón que tiene asiento en la ciudad de Pigüé, le llegó en el año 2009 la disposición de que integraría la delegación argentina de los Cascos Azules, con la misión de contribuir a imponer la paz en Haití.
A fines del mes de agosto viajaron para aquel país y no fueron fáciles los primeros días, por el clima, las comidas, el idioma, las costumbres diferentes.
Ezequiel relata que “desde el año 2005, Haití tenía revueltas sociales, entonces teníamos como misión imponer la paz y debíamos brindar seguridad. Teníamos como zona asignada el interior del país; estábamos en la ciudad de Gonaibe, a 140 km. de la Capital. Hacíamos patrullajes en la ciudad, reconocimientos en helicóptero en todo el interior. Así estuvimos 6 meses”.
Entre las cosas que le impactaron en estos primeros meses fue “la pobreza, la forma de vida que es muy diferente a nosotros, viven como pueden. Aunque después de verlo todos los días uno se acostumbra”.
Este joven, integrante del Ejército Argentino, cuenta que el día del terremoto, el 12 de enero, era la hora de la siesta en Haití y, a pesar de estar a 140 kilómetros del lugar donde se registró el epicentro, los temblores se sintieron muy fuertes.
“Nunca había vivido algo así y nos enteramos igual que todo el mundo lo que había pasado a través de la televisión. Faltaban 10 días para volvernos y después del terremoto cambió todo. Además de brindar seguridad, tuvimos que empezar a colaborar repartiendo alimentos entre la gente que estaba muy asustada y desesperada”.
Aquí la familia de Ezequiel, los primeros días, estuvo también muy ansiosa. Si bien desde el Ejército habían recibido la comunicación de que su hijo estaba bien, no se quedaron tranquilos hasta que días después lo escucharon de su propia voz.
Hoy en la casa de familia, en Pueblo San José, hay un cartel pintado a mano en el comedor que le da la bienvenida.
Ezequiel llegó de sorpresa, después de 2 avisos fallidos de que regresaba y que finalmente no se habían concretado.
Llegó a San José el 2 de abril, en Semana Santa, y para sus padres y hermanos fue el mejor regalo. Hoy, mientras espera el momento de reincorporarse, el próximo 5 de mayo, manifiesta que la experiencia le enseñó, entre otras cosas, “a valorizar más lo que uno tiene, especialmente a la familia”.

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