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La sensibilidad de Olga Pérez de Kleiner se extendió a un trabajo literario.

Se encuentra en próxima edición un libro, cuyo último capítulo se anticipo públicamente.
Acto por el Día de la Mujer el sábado en el Mercado.

Una voz dulce, pausada, con una dicción perfecta, que puso interrogantes y acentos en pasajes claves del último capítulo del libro “Partir sin mirar atrás” cautivo al auditorio que se dio cita en el acto por el Día de la Mujer del sábado pasado.
La docente Susana Aller, leyó ese capítulo que se refiere a la historia de la familia paterna de la autora del libro Olga Pérez de Kleiner, referente a la actitud de la mujer de aquellas épocas que pasaban de niñas a mujer, pero que supieron inculcar a sus hijas, otras vivencias, descubrir otras perspectivas sobre el rol de la mujer en la vida.
El libro de Olga se encuentra en el proceso final de la edición y lo del sábado en el Mercado, fue un anticipo que de manera coincidente se refería a la mujer ya que toda la obra relata la historia de inmigrantes italianos oriundos de Gangi, localidad Italiana de la Provincia de Palermo, región de Sicilia, comenzando allí un éxodo que termina en nuestra ciudad convirtiéndose en un verdadero homenaje a las mujeres, apreciándose sus luchas, conquistas y anhelos.
Un silencio total invadió al Mercado, mientras Susana Aller, leía el último capítulo del libro, con tonos emotivos, que despertaron el aplauso de los presentes.
Olga Pérez de Kleiner, anticipó que próximamente el libro estar editado y será presentado formalmente a la comunidad.
El capítulo que leyó Susana Aller, conmueve desde el inicio cuando expresa:

“Antonio y Santina se casaron el 7 de julio de 1906.
Ella había cumplido recién 18 años. Él ya tenía los 30.
La boda se preparó con cuidado durante casi dos años y ese día contrajeron enlace tres hermanos Lovecchio en una ceremonia religiosa efectuada en la casa paterna, la de ladrillos a la vista de la calle Lamadrid.(1)
Tengo en mis manos el Acta de casamiento en donde Santina Patti declara no saber firmar, por lo que un testigo de apellido Fernández debió hacerlo por ella.
También tengo la foto de las tres parejas, muy derechitas, casi sonrientes, retratándose en el patio de aquella casa. Observo detenidamente a las tres mujeres.
Las dos más jóvenes de pie, parecen dos muñecas de una misma colección.
Llevan idénticos vestidos largos, blancos, adornados con tres rosas rojas superpuestas y colocadas de arriba a abajo en forma de diagonal.
María Santa fue la encargada de confeccionar aquellos vestidos de novia que hoy me parecen increíbles.
El día de la boda, por la mañana, María fue a despertar a su “raggazzina” con un regalo:
Un par de zapatitos de novia que ella misma había forrado de raso blanco.
Al verlos Santina se puso a llorar.
Así me lo contó la nonna siempre. Y yo siempre me pregunté por qué había llorado. Porqué llorar el día de un acontecimiento tan importante, tan feliz.
Años más tarde, ya en mi juventud, evaluando todo lo que rodeaba la vida de mi abuela seguía preguntándome por qué, sin poder efectuarle a ella la pregunta y ensayando mil y una respuestas que no me convencían.
Hoy, después de pasar holgadamente los cincuenta, por fin puedo comprender el motivo de sus lágrimas”.

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