El recibo de haberes dice que son casi 30 años en la función docente en lo que fuera el Colegio Nacional, pero ella dice que deben ser algo más, por suplencias cumplidas esporádicamente en diferentes instituciones educativas.
Tenía pocos años de haberse recibido como maestra cuando llegó a su casa el Dr. Lovecchio quien, con su forma de expresarse característica, le preguntó “si quería trabajar como docente en el Departamento de Aplicación”.
No hubo lugar a dudas en su decisión, por lo que ingresó como suplente en los años en que no había listado y el Director seleccionaba los mejores docentes para hacerse cargo de los diferentes grados.
Así integró el selecto grupo de maestras que tenían firme convicción en lo que enseñaban y en lo que pretendían que sus alumnos aprendan.
Fue maestra de los grados superiores, pero lo que más le gustaba era el cuarto grado: “es una edad en la que los chicos aprenden mucho y tienen una mezcla de inocencia de la niñez y búsqueda de crecer, camino a la adolescencia”, dice hoy “Pirucha” Chávez.
Lo cierto es que debe haber calado hondo en sus alumnos porque hoy día, hombres y mujeres grandes, padres y abuelos muchos de ellos, no dejan de saludarla recordándole que fue “su maestra”.
El último viernes de febrero le puso fin a su trabajo en el Colegio Nacional, hoy Unidad Académica.
Se fue silenciosamente, no queriendo que le hicieran despedida alguna y con el convencimiento de haber dado todo en cada una de las tareas que le tocó cumplir.
Sus alumnos siempre tendrán el recuerdo de una maestra impecable.
Formó parte de las docentes de “Lovecchio”, como se decía antes, formada al amparo de convencimientos y profunda vocación en el arte de aprender y enseñar.
“Pirucha” dejó un sello indeleble en sus alumnos, en las aulas del Colegio Nacional y seguirá siendo una figura inolvidable.