Yo llegaba (como todas) cargada con objetos para pintar, teniendo siempre “la mesa servida”: los pinceles, los colores, los barnices (mate, satinado); teníamos DE TODO para elegir, y volver a casa orgullosas con los trabajos terminados.
Cuando queríamos pintar una manzana, un gallo, una margarita, vos corrías y de manera mágica sacudías la imagen tan deseada.
Vos sabías que lo que buscábamos estaba en “esa” página de “esa” revista –las mismas que ahora te desprendes para que nos sigan acompañando- como corrías presurosa para atajarnos cuando nosotras, imbuidas en nuestro trabajo, atinábamos a sumergir el pincel del acrílico en aguarrás.
Nunca nos faltó un pincel, un color, un consejo, hacías magia con los pinceles, dando luz sobre nuestros trabajos.
El Refugio de Mamama no cierra Adela, porque fue un refugio para el alma, un espacio de solaz, y está presente en cada rincón de cada casa: en las alacenas de las cocinas con sus latas pintadas, en las bandejas, en los cuadros, en los percheros de los cuartos de nuestros hijos.
En el sillón de mi cuarto…
No, Adela, el Refugio de Mamama no cierra.
El Refugio de Mamama, sigue abierto en nuestros corazones.
Un cariño grande. Tu alumna.