En el día convenido, todos los niños sacaron sus ejemplares comprados en las librerías locales.
Pero hubo una niña, Camila Goyeneche, que sacó un libro que se veía diferente: un poco más grande, de tapas marrones, visiblemente hecho a mano con absoluta prolijidad.
En su interior, copiado en hojas de carpeta, con letra clara, sin cambiar ni una palabra, ni un signo de puntuación de la autora, su madre había transcripto todos los cuentos que conforman el libro, incluyendo la ilustración final.
La familia no tenía el dinero para comprar el libro, pero ello no impidió que la niña tuviera el libro.
Terminó siendo el mejor ejemplo, no solo para la pequeña, sino para toda la escuela, que cuando se quiere se puede; que cuando se tienen los objetivos claros se llega a la meta; y que transmitir la importancia de la escuela, de la educación y de la lectura, no es cuestión de dinero, sino de buena tarea de padres.