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En Huanguelén celebraron el primer año del Parque Recreativo “Amelia Rodríguez de Lampón”.

 

Pusieron en marcha un nuevo espacio dentro del mismo, "Huepil-hue", y se inauguró el monumento al mate creado por Angel Córdoba, todo hecho con material desechable.
Una verdadera obra digna de destacar.

A un año de la inauguración del espacio Amuyen comenzaron sus promotores a darle forma al espacio Huepil Hue (Donde vive el Arco Iris).
Este espacio contará con juegos y elementos de metal bien coloridos. Hoy se inicia con unos juegos donados por el Jardín Nº 903, dos pérgolas restauradas y una escultura conmemorativa al mate.
Una tarde hermosa se cumplió el domingo pasado en el Parque Recreativo que lleva el nombre de una gran figura de Huanguelén, Amelia Rodríguez de Lampón, y donde no faltó el mate ni las reposeras, una súper torta de cumple, clases de zumba y fight do, donde hombres, mujeres y niños se sumaron. Muchos vecinos, unión y ganas de pasar una tarde distinta.
“¿Cómo sigue esta historia? Sumando más juegos. Así que invitamos a quien quiera SUMAR que se arrime (hay muchos metalúrgicos muy buenos en Huanguelén)”.
Esta buena noticia fue suministrada por Iris Lampón, de Huanguelén, hija de la recordada Amelia, quien además de resaltar la obra del talentoso Angel Córdoba, autor de varias esculturas en la localidad, ahora también suma su arte en este hermoso paseo recreativo iniciado en el año 2015 por las autoridades municipales de la anterior gestión y acompañado con gran compromiso por Iris, quien además nos compartió un texto de Lalo Mir que expresa sobre el mate lo siguiente.
“El mate no es una bebida. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca.
Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed.
Es más bien una costumbre, como rascarse.
El mate es exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás solo.
Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es 'hola' y la segunda: '¿unos mates?'.
Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres. Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros.
Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian o se drogan.
Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara. Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno.
Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos; los buenos y los malos.
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo.
Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón.
Cuando conocés a alguien por primera vez, te tomás unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza: '¿Dulce o amargo?'. El otro responde: 'Como tomes vos'.
Los teclados de Argentina tienen las letras llenas de yerba. La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da.
La yerba no se le niega.
Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular.
Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres.
Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos.
No es casualidad. No es porque sí.
El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es que ha descubierto que tiene alma.
El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores...
Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena. Es querible la compañía.
Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablás mientras el otro toma y es la sinceridad para decir: ‘¡Basta, cambia la yerba!’.
Es el compañerismo hecho momento.
Es la sensibilidad al agua hirviendo.
Es el cariño para preguntar, estúpidamente, '¿está caliente, no?'.
Es la modestia de quien ceba el mejor mate.
Es la generosidad de dar hasta el final.
Es la hospitalidad de la invitación.
Es la justicia de uno por uno.
Es la obligación de decir 'gracias', al menos una vez al día.
Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir”.

 
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