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Héctor “El Macho” Orellano, un hombre de a caballo acompañando la cabalgata de la Escuela Agropecuaria.

 

“Vamos a ir al tranco corto, porque las cunetas y los caminos están con mucha agua”.
“Aunque cabalguen durante cinco horas, diez horas al día siguiente y duelan muchos las piernas, siempre hay ganas para el infaltable fogón de cada día, donde comen, cantan, se hacen confidencias, se emocionan, y al calor del fuego se va tejiendo un invisible e indestructible vínculo entre todos los que participan de cada cabalgata”.

Todo el mundo lo conoce como “El Macho Orellano”. Hace 5 años que trabaja en la Escuela Agropecuaria para ayudar en todo lo que tiene que ver con actividades tradicionalistas, como esta que se inició el jueves, como cada año desde hace 16 años.
Mientras esperaba que los jóvenes se despidieran de sus familiares conversó con La Nueva Radio Suárez.
Él, por su parte, ya tenía todo listo: su caballo prolijamente ensillado, los aperos convenientemente ajustados, el poncho sobre los hombros para atajar el viento fresco de esa hora de la mañana y la gorra vasca.
“Los chicos estaban muy ansiosos, querían irse igual, a pesar de la lluvia. Todo bien, gracias a Dios, un grupo que dio un poco más de trabajo que otros años, porque muchos que son del pueblo y no conocían nada de lo que era un caballo. Algunos no habían andado nunca a caballo. Estoy desde el 15 de agosto practicando. Los habían dividido en cinco grupos y andaban una vez por semana, lo que era muy poco. Pero está todo completo, ellos están contentos. Los motivé, les dije que el viaje era de ellos, que todo el sacrificio que todos hacíamos era para ellos”.
Consultado en torno al proceso que dicen se produce en los que cabalgan en esta particular propuesta de la Escuela Agropecuaria, responde que “veo la comunidad que encuentran ellos. Muchas veces, tal vez durante el año, hacen algunas cosas o andan medios mal entre ellos, pero ahí se reencuentran, se perdonan las cosas que han hecho. Ellos la pasan muy bien y nosotros que somos grandes también, porque vemos lo que ellos hacen y dan ganas de seguir preparando esta cabalgata”.
Cuenta Orellano que “aunque cabalguen durante cinco horas, diez horas al día siguiente y duelan muchos las piernas, siempre hay ganas para el infaltable fogón de cada día, donde comen, cantan, se hacen confidencias, se emocionan, y al calor del fuego se va tejiendo un invisible e indestructible vínculo entre todos los que participan de cada cabalgata”.

 
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