Empezó Milton López, leyó un popurrí de sus poemas animales, poemas grosellas, de campitos y sapos; escuchamos todos con la sonrisa instalada.
Siguió Ale Saguí y nos subió a los ritmos de la calle, la crianza, los viajes; se nos aumentó la sonrisa, la poesía ya estaba acomodada, a sus anchas siguieron Milton y Ale alternando voces –incluso para la lectura de un mismo poema, como en un casamiento entre poetas, los de las voces, el del libro-, fueron paseando los textos de Damián Ríos, Zelarayán, Roberta Iannamico, Mario Ortiz y Leónidas Escudero. Hablamos de cómo se arman los libros, de dónde salen algunos poemas, cómo circulan en las editoriales.
Hicimos la pausa obligada de la merienda, salieron las tortas, renovados los mates y las conversaciones más cercanas.
Como pulseras de primavera unos poemas en cintas de moebius embellecieron el eco de las lecturas.
Celulares en mano, empezaron a salir los primeros poemas por whatsapp a quienes, al comienzo de la jornada, dieron sus números para la sorpresa poética.
Con el azúcar en sangre avanzó la poesía, “seguimos con la poesía, ahora en las canciones” dijo Agustín Lavín desde la voz y la guitarra de Monte Consciente, una banda integrada por amigos, compañeros en el sexto año de la Escuela Secundaria Básica Nº 3 con orientación en arte y literatura: Ramiro Theus en bajo, Carlos Juan Gallardo en bongós y Gaspar Schroh en cajón peruano; el repertorio incluyó la poética local: los chicos tocaron canciones de bandas suarenses y otras latinoamericanas; coreamos, sumamos palmas, pedimos bises; entre tema y tema fuimos conociendo cómo se formaron, cuáles son sus proyectos.
En la puerta se asomaban las porteras, el kiosquero, son las ondas magnéticas de la poesía y la música; a ellas estuvimos conectados durante tres horas de continuada sonrisa.
Por la Profesora Carolina Rack.