Por supuesto que se multiplican las anécdotas para estas docentes donde cada una contabiliza 30 años de ejercicio de su vocación.
Aquí van algunas. Cuenta Fabiana cuando reemplazó a Elvira Collozzi, en una suplencia en la Escuela N° 26, por una semana. Fue mi primera suplencia, dije que sí, eran tantas las ansias de trabajar, no sabía ni donde quedaba. La primera vez fui con ella a la escuela, al otro día reunión de directores, y me dijo Elvira que tenía que ir. ¿Cómo hacía? Yo no tenía auto, mis padres no tenían medio como trasladarse. Me dijo Elvirita que no me preocupara. Dispuso que su hijo me acompañara. Nos fuimos los dos a dedo, 70 kilómetros de ida, y 70 de vuelta. Ella cedió a su hijo para que me acompañara y yo no fuera sola. ¡Estas cosas son impagables! ¡Son recuerdos imborrables para mí, que me llenan el alma!”.
Adriana recuerda que “19 años fui a dedo a trabajar al campo. Pasé frío nieve, lluvia, pero la cantidad de gente que conocí andando a dedo, no me habría pasado jamás, si no lo hubiera hecho. Viajé con Alfonsín (el Dr. Raúl Alfonsín), también con Landriscina”. ¿Cómo fue esa ocasión? Cuenta Adriana que “un día estaba en San Eloy y venía un autazo del lado de Pringles. Yo le hago dedo, paró, me abren la puerta, subo. Iba manejando el hijo. Se da vuelta el acompañante del conductor y Landriscina que me dice “¿toma mate señorita?” ¡Me quedé helada! Me llevaron hasta la escuela, con 8 kilometros de tierra, se bajaron a conocerla. ¡Fue increíble! La anécdota más insólita fue el día que paramos una ambulancia. Cuando íbamos en trayecto el conductor nos dice que tenía mucho para recorrer porque iba a San Clemente del Tuyú. Yo dije “¡qué casualidad!, hoy enterraron a mi tía acá en Suárez que la trajeron de ese lugar”, “¿A doña Carmen?”, me pregunta el conductor. “Sí”, le respondo. “La traje yo”. El resto del trayecto lo hicimos conversando sobre doña Carmen”.
Coinciden las tres docentes que es muy difícil contar una sola anécdota “porque cada día tenés una nueva, cada día que pasa hay una nueva historia”.
Fabiana aporta lo suyo en este anecdotario de docentes rurales. “Un día, no recuerdo si iba para Pasman o Primavera. Era un coche largo, en un color gris. La parte de atrás era donde se llevaba el féretro, y adelante, era para los familiares. Iba solo el conductor, aclaro por las dudas”.
“Yo entraba los 8 kilómetros de tierra, en moto”, recuerda Adriana, “la motito la dejaba en la estación de servicio de Bhon y Méndez. En verano era un placer, en invierno llegábamos duras de frío. Cuando llovía, entrábamos por el caminito de la vaca, por dentro del campo, es el camino que hacen las vacas cerca del alambre. Era una hora y media de caminata para hacer esos 8 kilómetros. Un día llegamos, y venia una combi grandota, esas con asiento grande delante y sin carrozar detrás. Le hacemos señas y para. Éramos dos docentes en esa ocasión. Miro para atrás, y traía la camioneta cargada con flores, preciosas, para los comercios que venden flores frescas. Miro mejor, y detrás del asiento nuestro, venía a lo largo, paralelo a nosotras, un muchacho todo lastimado, con las dos manos sobre el pecho, que se movía con la combi. Yo pensé “¡hay un muerto también!”. La cara mía debió haber sido expresiva, porque el muchacho que conducía me dijo, “no te asustes, está dormido”. Y me aclaró que se había caído de una moto, por eso estaba todo lastimado”.
En la vida de estas docentes, nunca el día de labor fue “como siempre”, nunca un día igual al otro.
Fabiana suma que “en la escuela donde Nelly estuvo tantos años yo trabajé con Analía López y María Rosa Segui. Salíamos a las 9 de la mañana a hacer dedo. Un día no pasaba nadie. Finalmente, conseguimos viaje en un carro, con todas las bolsas de granos. Nos sentamos las tres arriba de las bolsas. Hicimos todo el viaje saludando como unas princesas, o unas reinas, hasta que llegamos a la bajada”.