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Los Pueblos Alemanes y su gente.
Juan Hippener festeja 65 años.
Lo festeja el sábado con cerca de 650 personas invitadas.
Los afectos de toda su intensa vida.
Un luchador nato, un carisma único, se lleva el mundo por delante con su empuje.
Pero es una personalidad sensible, amigable, siempre con una mano tendida.
Los recuerdos de su niñez y la grata compañía de su gente que lo reconoce como un gran amigo.
El valor de la palabra comprometida, de la confianza, de la franqueza y la solidaridad siempre.

Recuerda cuando siendo chico, apenas 6, 7 años, su madre y su tía lo despertaban temprano –a eso de las 6 y media de la mañana- para que ordeñara unas vacas, para llevar la leche fresquita a las hermanas de la Escuela Parroquial. Llevaba la leche y se quedaba en la clase, porque entonces cursaba el 1er grado.
Muchas veces lo castigaron por mal comportamiento, por haber realizado alguna travesura con sus compañeros. Le colocaban broches en las orejas y lo ponían en el frente, o lo hacían arrodillarse en el frente, en una montañita de sal gruesa o de granitos de maíz. Llegaba a su casa y contaba a sus padres lo que había pasado; entonces… volvía a recibir un castigo en su casa por haberse portado mal en la escuela. Así funcionaban las cosas antes, en su época de infancia. Y Juan no se queja de esto, sino que dice que tuvo una infancia y una adolescencia muy feliz.
Con sus amigos de esos años armaban hondas e iban a los baldíos cercanos, al campo lindero, a cazar pajaritos, perdices o algún otro animal salvaje del campo, que por esos años había a montones. A la vuelta robaban fruta de los árboles de los vecinos, por el gusto de hacer una travesura nomás, aún a sabiendas que si sus padres se enteraban vuelta a recibir un castigo.
Nació en la casa paterna, la misma en la que había nacido su propia madre. En esa casa pintada de un celeste verdoso que está ubicada frente a la Iglesia. Hablando de Iglesia, por supuesto que fue monaguillo. En esos años el Sacerdote pagaba unas monedas a todos los niños que eran monaguillos. Y la semana que le tocaba cumplir esta función debía asistir a todas las misas, incluidas las tres misas del domingo. Como a muchos chicos de entonces se anotaba para ir a los velatorios y cuando de gente de más dinero se trataba mejor, porque sabían que la propina que recibían iba a ser mucho más importante proveniente de los parientes del difunto.
Por supuesto que se acuerda de las canciones de su infancia, que le cantaba su mamá Imelda, o su tía Carolina, que vivía en la misma casa y compartía todas las horas y todas las vivencias con la familia de Juan Hippener.
Tenía 14 años cuando su padre murió. Tuvo que salir a trabajar con mayor seriedad todavía para sacar el campo adelante. Recuerda muy bien cuando con su mamá y sus hermanos transformaron el tambo manual en tambo mecánico.
Agradece a la vida, a todo lo que ha vivido, a los amigos, conocidos, a la familia.
Así como muchas veces prepara cenas multitudinarias celebrando las mayores tradiciones gastronómicas de los alemanes del Volga, se prepara ahora para celebrar los 65 años, en una organización en la que han participado mucho las personas que lo quieren bien y que lo empujaron a organizar esta fiesta.
Juan Hippener, 65 años, celebrando la vida misma, el encuentro, la tradición y la amistad.

 
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