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En el Día Internacional de la Mujer.
Hermana Liliana Moyano.
“Dios me permitió cuestionarme un montón de cosas y lo esencial simplemente seguirlo”.

Si bien es una monja joven, con mucha energía, cuesta imaginarse que la Hermana Liliana fue alguna vez una jovencita irreverente, contestataria, capaz de cuestionar fuertemente a la Iglesia a la que pertenecía por convicción de su madre, hasta llegar a plantearle a su familia la posibilidad de cambiarse de religión. Es que uno la ve con los hábitos y puede tender a pensar que esas ropas y el compromiso inherente siempre estuvieron ahí.
En el caso de la Hermana Liliana hay detrás un trabajoso camino de búsqueda, las preguntas, inquietudes, planteos fueron resolviéndose a medida que caminaba en la religión, con mucha oración.
Consultada explicó que “siempre fue mi característica ir buscando, caminos y respuestas, de buena fuente o de fuentes en las que uno pudiera palpar la verdad. Siempre fue cuestionando, buscando, preguntando. Aún hoy, con un poco más de madurez, eso sigue ahí, sigue vigente”.
Recuerda que “a la Iglesia la miraba desde la vereda de enfrente y no la entendía. Había cosas del Evangelio de Jesús que yo no lo veía hecho carne. Esa incoherencia no me cerraba. Le decía a mi mamá que si no encontraba una respuesta me cambiaba de religión, porque no se puede vivir en una religión de palabra. Ella rezaba junto con un montón de gente; me acompañó a buscar una orientación en un sacerdote que Dios puso en mi camino. Fue quien me dijo ‘vení y hacelo mejor, si pensas que esto no se está haciendo vení y hacelo’. Me enseñó a ser Iglesia. A no mirar desde enfrente, sino a reconocer que tengo aciertos, errores, me puedo equivocar, igual que los que están intentando hacer algo bien. No se trata de justificar los errores, sino de crecer en esto y darnos cuenta de que todos queremos hacer las cosas bien, y que muchas veces se cometen errores. Aprender que para hablar de algo o alguien tenemos que ponernos en sus zapatos. Fue una enseñanza de vida que me propusieran ‘vení y hacelo vos’”.
Agrega la Hermana Liliana que “a la hora de escuchar la voz de Dios, que me llamaba a la vida religiosa, fue estar segura, sin saber más. No sabía en qué consistía la vida religiosa, no sabía qué había que ir a distintos lugares, que había que hacer votos de castidad, pobreza y obediencia. Sabía solamente que Dios me llamaba a un lugar y que tenía que decirle que sí. Tenía 22 años. Lo esencial no me lo planteé. Seguí la voz y lo fui descubriendo en el camino, con hermanas que me acompañaron y un sacerdote que sigue guiándome, todos marcándome el camino y haciéndome ver qué implicaba esto. Dios me permitió cuestionarme un montón de cosas y lo esencial simplemente seguirlo. Es un desafío y es lindo, porque uno lo va descubriendo día a día y va renovando esta exigencia de este don que se hace en libertad. No es algo impuesto, sino algo asumido. Este es el estilo de vida que elegí, y lo vivo lo mejor que puedo”.
¿Alguna vez, en su tarea de esta al frente del Hogar La Providencia, cuestiona la tarea de mamás que pueden no estar bien cumplidas? Responde la Hermana Liliana que cuando se resolvió que siguiera en Coronel Suárez por tres años más “rezaba y me preguntaba ¿por qué? ¿Para qué? Una de las cosas que fui viendo en el camino es dar gracias por lo que aprendí aquí y sigo aprendiendo. Una de estas cosas es no juzgar, tratar de ver la historia de quien sufre y quien tiene una vida difícil, y que uno puede tender a decir ‘esta persona es un desastre’, porque cuando uno tratar de hablar, de conocer, de ver la historia de cada uno, ve por qué la vida la va llevando a tener comportamientos que son duros y que pueden no beneficiar a sus hijos. Por otra parte, es importante no ponerle rótulos negativos a la gente. Al principio, cuando llegué aquí, la tendencia que tenía era esta. Aprendí a no juzgar, a dialogar, para poder relacionarme con la gente de otra manera”.

 
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