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En el Día de la Mujer.
Juana Roleder, mamá de Manuel Araneda.
“Muchas veces le tuve que pedir perdón a mi hijo, y no me avergüenza”.

Manuel tiene 30 años. Está muy crecido, muy lejos de los 2 kilos que pesó al nacer y habiendo dejado atrás los 3 días de vida que le pronosticaron al nacer.
Su madre, Juana, recuerda que al 3er día de nacido, ya en la casa, Manuel se descompuso. Corrió con el nene en brazos y llegó a la casa del Dr. Frandzman, quien los subió a su auto y los trasladó al Hospital Municipal.
Allí los recibió el Dr. Osvaldo Azpilicueta, médico joven, recién recibido y con mucha energía. Le dijo que nadie podía aseverar cuánto iba a vivir una persona, que Manuel estaba vivo e iban a hacer todo lo que estuviera a su alcance para que pudiera vivir una vida sana y feliz.
Supo que su hijo tenía síndrome de down, lo que explicaba todo lo que veía diferente en él, diferente a los otros cuatro hijos que había criado, que estaban grandes y que le habían permitido adquirir el ojo clínico de las mamás experimentadas.
Tenía el nombre del trastorno que su hijo padecía, pero no sabía lo que implicaba. Lo fue aprendiendo con el tiempo, con los años. Venciendo de a poco sus miedos. No sola, porque fue el propio Manuel quien ayudó a que los venciera.
Juana recuerda que Manuel siempre esperaba que ella le diera de comer en la boca. Compró un corralito grande, en el cual entraron los dos. Entonces preparó un plato para ella y un plato para su hijo. Se sentó con él dentro del corralito y ella comió del suyo. Manuel se quedó esperando que su mamá le diera de comer. Juana terminó su plato de comida y se fue a llevarlo a la cocina. Cuando regresó Manuel había terminado el suyo. Había aprendido a comer solo.
Recuerda que muchas veces Manuel le pidió hacer mandados; pero Juana tenía miedo que se perdiera, que le pasara algo.
En una ocasión no llegó de la práctica de atletismo que hacía en la Escuela Nº 2 y que terminaba a las 5 de la tarde; llegaron las 6, el reloj avanzaba hacia la 7 de la tarde y desesperada les pidió ayuda a la familia y los vecinos que salieron a buscarlo. El taxi se había retrasado o se olvidó de buscarlo y Manuel se orientó para llegar hasta el Taller Protegido, y una vez allí caminó de regreso a su casa, porque ese era un trayecto que conocía bien, que tenía aprendido de memoria. Fue una de las veces en que Juana le pidió perdón a su hijo por no confiar en él.
Ha cosechado infinidad de trofeos y medallas en sus carreras pedestres y también en fútbol. Muchos entrenados influyeron positivamente en su vida, entre ellos Manuel Iturre y el querido y recordado Daniel Parenti.
Todo lo que entregó y sigue dedicándose en su tarea de madre le retribuye con infinitas muestras de cariño. Abrazos y preguntas del tipo ¿cómo te fue hoy?, ¿cómo dormiste? ¿Pudiste descansar? ¿Cómo te sentís?, son habituales de parte de Manuel hacia su madre.
Lo que Juana tiene para decir, desde su experiencia de madre, a otras madres, es que recuerden que los hijos son cedidos en préstamo por Dios, por un corto tiempo. Ese tiempo no puede ser desperdiciado y tienen que ser cuidados con mucho amor.

 
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