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Poner a un pueblo en el mapa.
Corral de Piedra es un proyecto artístico cultural en el sudoeste de la Provincia de Buenos Aires que cada vez atrae más visitantes.
Propone conocer un ambiente campestre clásico desde una perspectiva única.
Arte, pasado y futuro rural.

"Este pueblo es un vividero: acá se viene a vivir, a morir te vas a otro lado", nos cuenta Mercedes Resch, la anfitriona, que no busca ninguna frase rimbombante sino que, al contrario, describe sintéticamente su pueblo sin miedo a ser cruda.
Cura Malal es una localidad a 15 kilómetros de Coronel Suárez en la que viven apenas un centenar de personas. Un pueblo en el que para que el tren pare se le debe hacer luces con una linterna al maquinista. Y es por eso que cuando sus pobladores comienzan a ponerse añosos se van a sentirse más cuidados a una localidad más grande como Suárez.
Al igual que todo poblado fundado hace muchos años tuvo su pulpería que luego cayó en desuso, su dueño dejó de existir y se volvió tapera y recuerdos.
Sin embargo ese pueblito al pie de la sierra del mismo nombre parece estar más vivo que nunca. Llegan artistas plásticos, músicos y curiosos de todos lados a conocer el pequeño mundo reconstruido y que nuestra anfitriona llamó Corral de Piedra, la traducción del araucano de Cura Malal. El proyecto que desde 2010 llevan adelante Mercedes y su socio Fernando García Delgado de reconstruir la pulpería y convertirla en un centro cultural puede ser tanto una sorpresa para un baqueano de la zona como para un visitante venido del otro lado del Atlántico.
Al ingresar a La Tranca, nombre que se le puso al local donde funciona Corral de Piedra, es un espectáculo sensitivo en sí mismo: una vitrina con una novela folletín de Corín Tellado, una lata de almidón Colman, una afeitadora antigua. Más allá un pequeño lavarropa a manivela, un mostrador antiguo y ralladores de queso con tambor y manija de esos que se ajustaban a la mesa como la morsa de un taller.
En el salón con mesas que parecen hechas de tirantes y durmientes están los cuadros de Mercedes, cuyos dibujos están formados por relieves de alambres sacados de aquí y allá. Porque si en el campo el alambre es casi el mejor amigo del hombre, deben estar ahí.
Al fondo está El Gallinero, el pequeño hospedaje de La Tranca, una puerta lleva a un jardín que es museo y es jardín pero todo está para ser tocado. No hay cerco, sino alambrado. Porque el pueblo debe verse. Es una regla de esta mujer que transforma para conservar.
Resch es una de ese puñado de nacidos en Cura. Pero se fue a la ciudad a formarse en artes plásticas. Pero volvió a darle bastante más que un centro cultural al pueblo.
A principios de 2010, junto a su compañero en esta aventura, lanzaron una convocatoria de Arte Correo, bajo la consigna horizonte y –como suele ocurrir en esta práctica- se puso condiciones para el formato de las piezas: quince por cinco centímetros, en este caso. Llegaron fotografías, oleos, acuarelas de Francia y Alemania, intervenciones con hilo de vaya a saber dónde y dibujos de escuelas de la zona y de una señora mayor que vive sola en un campo cercano. Mercedes nos muestra biblioratos con cientos de horizontes en rectángulos foliados. Y el archivo de Cura Malal sigue y sigue.
Cuando se abrió Corral, Cura Malal no tenía fecha de fundación oficial. Pero encontraron la solución: decidieron tomar el último gran enfrentamiento de Roca en la Campaña del Desierto, la Batalla de Cura Malal Chico, ocurrida el 17 de Septiembre de 1877. Tal vez el hecho histórico más importantes de la zona. Con acto semi oficial, video, lectura actoral y musicalización, el local se llenó de pobladores que fueron a ver qué era esa locura de Mechi – como le dicen los que la conocen, es decir, todos- y salieron emocionados. El video puede encontrarse hoy en youtube y se entienden las lágrimas. Puede leerse en una placa con gráfica en letra cursiva: "Dedicado a todos los que han sido, a los que aun somos y a todos los que aquí serán". Los que han sido incluyen a esos indios heroicos, a los soldados que siguieron órdenes y a los trabajadores que vinieron a ganarse la vida en las estancias y el ferrocarril, ya entrado el siglo XX.
Los vecinos que firmaron el acta agregaron simbólicamente como sufijo o prefijo en sus apellidos el cura como forma de entenderse y asumirse hijos de esa sierra. El visitante puede leer esa cartulina llena de firmas guardada en este rectángulo de adobe lleno de sorpresas.
Y después vinieron más ideas, como una nueva convocatoria que invitaba a intervenir – como se dice en la jerga artística- el plano de ese pueblo de pocas manzanas. "Porque hay calles en el mapa que en la práctica no existen. Los propios pobladores las intervinieron uniendo una manzana con otras con alambrados para que no pasen los animales", explica Mechi y, de hecho, en Cura Malal se puede ver cómo vacas y ovejas cruzan las calles que están libres de cercos. Y volvieron a llegar rectángulos pintados, cosidos, armados y trastocados. Van a seguir llegando, como los visitantes que puede ser el lector de esta nota o Ricardo Iorio, que llegó con su baterista una madrugada y se quedó hasta el amanecer, o el Tata Cedrón, que pasó días enteros entre las gallinas de guinea que pueblan el patio.
Cuando cae la noche empieza la tertulia y al equipo de prensa de Agroindustria lo vienen a acompañar a la picada todo un grupo de personas que se dedican al turismo rural en la zona y varios de ellos pertenecen a Cortaderas, un grupo de Cambio Rural II.
Hicieron kilómetros debajo de una lluvia que va a durar sólo un par de horas, pero que va a dejar unos cuarenta milímetros en el suelo que chupa despacio. Trabajan en distintos puntos del Partido de Coronel Suárez. También está Mirta, que fue Delegada del pueblo, y se emociona cuando cuenta que le llenaba el auto a Omar, su marido, para llevar a los chicos del pueblo a conocer el mar a Monte Hermoso.
Y Mechi – ya no es Mercedes- es una más y es distinta. Es la dueña de casa, es la de siempre y es la que aprendió a innovar como nadie se lo hubiera imaginado. Pero la entienden porque saben que todos fueron o pueden ser parte de este mundo que se mece entre los recuerdos y las ganas de un futuro con un horizonte limpio. Y es la misma razón por la que hoy llegaron bajo la lluvia sonriendo con ganas de contar su lugar.

 
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