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Macri y el relanzamiento de la relación con Francisco
Nuestra tendencia casi enfermiza a relativizar todo lo que ha generado aquella enorme emoción que los argentinos sentíamos cuando con mucha dificultad el Cardenal Protodiácono Jean-Louis Tauran anunciaba desde el balcón de la Basílica de San Pedro al mundo entero la buena nueva de que el Papa era argentino, en la actualidad y entre muchos compatriotas se haya ido desvaneciendo por mezclar la Biblia con el calefón. En aquel momento intuimos que algo grande venía, que el destino nos había sonreído y la increíble proyección mundial, casi instantánea, de la imagen y accionar de Francisco, no hizo más que reforzar aquella idea. Pero como siempre, transcurridos algunos meses, empezamos a ver todo este proceso por el ojo chico de la propia cerradura.

En el "corsi e recorsi" permanente y común en nuestra historia, todo lo reducimos al mínimo común denominador. No hay Políticas de Estado, no identificamos el interés nacional de largo plazo, por el contrario, todo se mide en función de la pequeñez interna, de la encuesta mensual o la sumo de la próxima elección. Esta práctica generalizada y que ha probado ser muy destructiva en las últimas décadas, se ha ensañado especialmente en nuestro relacionamiento con el Mundo. En esta materia, muchas veces no estudiamos la historia, ni dimensionamos nuestro rol relativo, ni respetamos prácticas y convenciones, siempre sacamos los pies del plato. Volviendo algunos años para atrás, irresponsablemente le declaramos la guerra a la OTAN para intentar que una dictadura decadente comprara algún tiempo más de permanencia o decidimos el default más grande en la historia, sin casi haber medido las consecuencias. Más cerca en el tiempo, nos peleamos con los EEUU, congelando la relación con la potencia dominante del planeta por un berrinche casi adolescente, en la búsqueda de un inútil liderazgo regional y porque esas posturas medían bien en los sondeos. Lo mismo en la relación con nuestros vecinos...casi rompimos con el Uruguay, por un conflicto fogoneado desde la misma Casa Rosada, todo inspirado en causas similares.
En este largo listado de equivocaciones, no puede dejar de incluirse la vinculación y tratamiento que le damos a la relación con el argentino más influyente de la historia. Pocas veces tendremos una oportunidad como la actual. Francisco se ha transformado en el líder espiritual de Occidente, que no solo da el ejemplo, sino que avanza mucho más allá, sugiriendo y diseñando cursos de acción en las más diversas materias. Representa un verdadero oasis en el desierto del liderazgo del mundo actual. La humanidad entera se desespera por un gesto, una palabra o una mención suya. Presidentes, reyes y jerarcas hacen cola para reunirse con él. Pero nosotros, en cambio, nos empecinamos en que muestre una remera partidaria, nos ofuscamos porque manda un rosario de regalo o porque recibe o habla con tal o cual persona. Desperdiciamos penosamente esta gracia que se nos ha otorgado.
Por eso suena muy promisorio que en la primera visita oficial de Macri como presidente, lo acompañe una delegación de Estado, con gobernadores opositores incluidos. La presencia este sábado en el Vaticano del salteño Urtubey y la fueguina Bertone, pueden abrir una puerta a un cambio importante. Francisco es el Papa, por más que haya sido hasta hace algunos años el Obispo Bergoglio, aquel que peleaba e insistía por sus causas desde la Catedral de Buenos Aires. Ahora no hay prácticamente nadie más importante en la Tierra...y es argentino.
A esta buena iniciativa simbólica, debería sumársele una agenda de trabajo que esté a la altura. Ese es el desafío. Encontrar los aspectos comunes, los grises, entre los intereses argentinos de largo plazo y la muy agitada y profunda agenda papal. Hay infinidad de áreas y temas en los que se puede coincidir y sacarle realmente provecho a la nacionalidad y sentimiento del sucesor de Pedro. Para eso, además de la cercanía personal y la empatía que debiera surgir y cultivarse entre los que se reúnen en estos días, hay que desapasionar y despartidizar la relación.
Un tema en el que tal vez se pueda explorar un camino en común es en una de nuestras pocas Políticas de Estado: las Malvinas. Pero deberíamos plantearlo dentro de otro esquema, distinto a como lo hiciera en su momento Cristina Kirchner. Francisco es el Jefe de un estado europeo y como tal es poco probable que impulse una postura propia de su país de origen, que choque con la de otro importante actor de su misma región: el Reino Unido. Pero como señaláramos otras veces en esta columna, él también claramente va cumpliendo una hoja de ruta mucho más trascendente. Los papas muchas veces han influido en forma determinante en el tablero del poder mundial, sus decisiones y jugadas han tenido grandes repercusiones geoestratégicas. Basta mencionar a Juan Pablo II y el colapso del Imperio Soviético, para reforzar esta aseveración.
El plan del argentino se va explicitando poco a poco. Como él mismo lo señalara, la humanidad parece enfrentar una especie de Tercera Guerra Mundial en cuotas. Sin entrar en discusiones de si Huntington tenía o no razón en presagiar un choque de civilizaciones, lo que sí está confirmándose en la práctica, es que las preocupaciones de la humanidad, sus divisiones y conflictos ahora giran a esos planos, más vinculados a la cultura y la religión. Este Papa se ha propuesto, además de intentar construir puentes con los otros hemisferios, reforzar y consolidar al nuestro. Más allá de lo encuentros con líderes y rabinos de la comunidad judía, sus reuniones y amistad con los patriarcas ortodoxos, de la muy estrecha colaboración con los anglicanos y más recientemente su cercanía con los luteranos y evangélicos, para este Papa es imprescindible remover otros obstáculos que nos dividen. Las piedras en el zapato, que quedan como vestigios de épocas pretéritas. Cuba es un claro ejemplo. La vuelta de la isla caribeña a la familia occidental era imprescindible para relanzar las relaciones entre el norte y el sur de las Américas, componentes esenciales del mundo occidental. Francisco cree que la impronta original y el oxígeno que puede aportar nuestra región, son irremplazables ya que con la vieja y cansada Europa, que corre en círculos tratándose de morder la cola y la amesetada Norteamérica, no alcanza.
Es en ese plano donde la Argentina, podría colar su pedido ya casi permanente al Reino Unido de normalizar las relaciones y comenzar un diálogo maduro por el tema de Malvinas, incluyendo la soberanía. En esta dimensión civilizatoria, aquellas lejanas islas australes representan otra herida abierta, que en cualquier momento puede volver a sangrar. Un conflicto irresuelto que hace pocos años generara una guerra entre latinoamericanos y europeos. Un anacronismo en todo sentido.
Tal vez el Papa, en esta búsqueda de unir a todos los miembros de esta gran familia, para resistir más fuertes los embates de las otras, pueda ejercer la misma presión y autoridad que usara frente a Obama y los Castro para tender los puentes que hoy se construyen entre La Habana y Washington. De paso, ayudaría a su querida patria en una de las pocas causas nacionales que nos quedan. Francisco podría fácilmente convencer otra vez al estadounidense, a Hollande, a la Merkel a su nuevo amigo Putin y a mucho otros para que convenzan a su vez a Cameron y sus asesores de que accedan finalmente a sentarse en una mesa de negociaciones y poner fin así a un desencuentro que lleva décadas.
Un esquema parecido y complementario es el que planteábamos con el Embajador Enrique de la Torre en un artículo en la revista Agenda Internacional, en donde se señalaba que la necesidad de pacificar el Atlántico Sur, puerta de entrada a la Antártida, permitiría tal vez involucrar a los EEUU y otras potencias en la idea de sugerir a sus socios británicos empezar a conversar con los argentinos sobre el futuro de las islas. Ambas alternativas creativas para lo que pareciera ser un callejón sin salida.
Pero más allá del asunto en concreto, lo importante es que nos animemos a volar más alto, que sepamos aprovechar al máximo esta ventana de oportunidad única que se nos abriera aquella noche romana del 2013, cuando el humo blanco que salía de la Capilla Sixtina, anunciaba "orbi et orbi" que había un nuevo Papa y que era argentino. Ojalá estemos a la altura.
Fuente: Infobae.

 
 
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