“No tengo nada escrito”, dijo al principio cuando la invitaron a decir unas palabras en el acto que se llevó a cabo el viernes por la mañana en la escuelita de Lolen; agregando que “si les pregunto cómo conocieron el novio, cómo empezaron a trabajar, cómo llegaron a la escuela, ustedes no lo escriben, me lo dicen”, y acto seguido, mientras a través de pinceladas de recuerdos dichos de manera muy graciosa, con mucho ingenio, relataba momentos vividos en la escuela, iba, tal como una docente de alma, desplegando una clase.
Irma Fhur, docente de la escuelita de Lolen entre los años 1967 y 1969, había llegado al establecimiento para la celebración de los 50 años, en su acto protocolar, llevada por un ex alumno, el que egresó de esa escuela primaria el año en que la docente dejó el establecimiento para ir a dar clase a otra escuela rural, Pedro Schiebelbein.
Todos los presentes siguieron con muchísima atención el relato de la docente, imaginando, seguro, que así es como Irma se movía por el salón dando sus clases, la maestra de la que los alumnos requerían un “Muy bien 10, te felicito”.
Es maestra de la época en que las casitas se dibujaban –invariablemente con techo a dos aguas color rojo y paredes amarillas- en cuadernos muy ajados por las manos no siempre limpias de los niños. Es que venían de jugar en el recreo a la pelota, teniendo decenas de árboles cercanos en los que sabían que luego iban a trepar buscando nidos de pájaros. Donde no era extraño organizar una jornada de pesca con docentes y alumnos caminando todos juntos unos metros hacia el arroyo que baja de las sierras.
El discurso-clase de Irma Fhur terminó con todos los presentes, chicos, pero sobre todos los adultos, cantando “Zamba de mi esperanza” y “Los 60 granaderos”, guiados desde el frente por Irma.
Más tarde habló con La Nueva Radio Suárez, contando la emoción que le representaba la vuelta a la escuela.