“Al Obispo de ese momento, de la Arquidiócesis, Rómulo García, cuando le fuimos a decir que teníamos que retirarnos porque no había posibilidad de religiosas para que pudiéramos atender todas las obras lo vi llorar. Monseñor García lloró y nos dijo ‘como se van y me dejan la diócesis’. En ese momento dejábamos la diócesis las hermanas que estábamos en Pigüé, nosotras aquí en Coronel Suárez y había otras monjitas que estaban en Bahía Blanca; tres congregaciones educacionistas que prácticamente en menos de un año dejábamos las obras por el mismo motivo, por falta de vocaciones. ¿Qué era lo doloroso? El obispo nos dijo esto: pueden retirarse, pero el colegio debe continuar con la catequesis, con el estilo cristiano y la formación humana y cristiana que tiene hasta ahora. Solamente así tendrán mi bendición. Con la Madre María Elisa, que en ese momento era la superiora general, se buscó a quien pudiera llevarlo adelante, con el carácter religioso que venía teniendo. No se pensó lo que ahora estamos haciendo cuando dejamos una comunidad: que se forma el grupo humano, se busca y se le entrega la casa para que continúe y una hermana o dos son responsables de seguir en contacto para continuar con el carisma. Por eso yo digo que todos los días las hermanas salen a trabajar, no es que no trabajemos las otras. Van a distintos colegios de la Congregación. Van y tienen la actividad docente, de familia, de catequesis, como lo hemos tenido siempre. Esta es una experiencia nueva de la Congregación, de una mayor maduración y para que nosotras, las hermanas que estábamos de a tres en cada colegio, volviéramos a vivir en mayor comunidad, en familia”.
La Hermana Angélica -que le decía a las alumnas del colegio que ella tenía un novio que la quería incondicionalmente, la protegía, “ya no es novio, es mi esposo, me he entregado a la vida religiosa- recordó una anécdota, cuando el 8 del mes 8 del año 88, cuando se estaba cerrando el Año Mariano, y unas alumnas que estaban rezando en la capilla sintieron que la virgen, que tiene las manos sobre su corazón, abría las manos en un gesto de espera, también de bienvenida y que un río de gente poblaba la Capilla del Colegio San José: “ese día ocho chicas pupilas vieron que la Virgen que está en el Colegio abría sus manitos. Ellas sintieron que las puertas se abrieron y un río de gente entraba. Ese año se cerraba el Año Mariano en Argentina. Y la Arquidiócesis ya lo había cerrado. Cuando me entero, le dije a la Hermana Lucrecia que no se le había hecho novena a la Virgen para cerrar el año, le dije que la Madre nos estaba pidiendo algo. Le propuse abrir la capilla. Así lo hicimos. Se llenaba la capilla todas las noches, hasta el 15 de agosto, para rezar el Rosario, cantar y reflexionar sobre la Palabra. Hay muchos que deben recordar esto. Había personas que estaban un poquito alejadas, que no iban a misa. Es necesario como un papá necesita abrazar a su hijo. El ir a misa, es el abrazo de Dios conmigo, con el hijo. Él nos espera, como papá y mamá esperan el abrazo de su hijo. Denle un tiempo a Dios, déjense abrazar por él”.
El mensaje final de las religiosas: “recuerden que Dios no deja de proteger y de amar a sus hijos. Aun con el dolor más grande que puedan tener, nunca duden de Dios. Nunca. Nos ha creado a su imagen y semejanza y ha puesto en nuestro corazón el deseo que lo amemos a él”.
Y bregaron porque “esa semilla que sembramos a través de nuestras obras, siga fructificando. A Suárez no lo vamos a olvidar tampoco. Somos Concepcionistas, las ex alumnas también lo son. Ahora que se acerca el 8 de diciembre, Día de la Virgen, en la que deseamos que nuestra Madre las proteja y que sea ella la guía de cada una de nuestras ex alumnas y de todo Suárez”.