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“Se fueron 50 años de mi vida, 50 años de historia personal, en pocos minutos. El fuego consumió todo lo que encontró a su paso”.

 

Era la expresión lacónica que podía escucharse en la inmensidad del Establecimiento La Felisa de Juan Carlos Harriot.
Un accidente doméstico, un imprevisto, fue el factor fundamental para que las llamas se extiendan hacia un amplio sector de la señorial vivienda ubicada en el interior del Establecimiento la Felisa, sobre la Ruta 85, a un poco más de 7 kilómetros del centro de nuestra ciudad.
Una mañana gris, neblinosa, fue el marco que rodeó una penosa jornada para una gran figura de la ciudad de Coronel Suárez.

Mas de 18 Bomberos Voluntarios, tres autobombas, un equipo de apoyo, elementos extra para combatir el siniestro, accesorios de modalidad autónoma para ingresar al interior del inmueble afectado por parte de los servidores públicos y todo el esfuerzo personal de cada uno de los efectivos formó parte del operativo montado por el Cuartel de Bomberos Voluntarios de la ciudad de Coronel Suarez para atacar semejante emergencia.
Minutos después de las 8 de la mañana Juan Carlos Harriot, quien se encontraba en el interior de la vivienda, pudo apreciar que una cortina habría combustionado a partir del contacto con un calefactor y a partir de ese momento las llamas se transformaron en incontrolables, a pesar que el reconocido vecino de nuestra ciudad intentó extinguir el primer foco con un matafuegos, cosa que fue imposible ya que ante tanta madera, muebles, aberturas y otros elementos de fácil combustión el fuego se transformó prácticamente en incontrolable.
Inmediatamente llegó el aviso al Cuartel por lo cual partieron las distintas unidades y se fue sumando mas personal que trabajó por lo menos hasta las 14:30 hs., cuando regresaron a nuestra ciudad tras una agotadora jornada de varias horas.
Resulta que había que atacar decididamente las llamas que se iniciaron en una amplia sala de estar, se extendieron hacia otros sectores contiguos y después, en una tarea de enfriamiento, evitar la propagación a espacios interiores de la amplia residencia de Juan Carlos Harriot.
Por momentos el panorama era poco menos que desolador, ya que una vez abatidas las llamas el humo se tornaba en imparable por todos lados, desde los techos, las ventanas, las puertas, todo el edificio aparecía humeante, mientras comenzaban a llegar amigos incondicionales de Harriot, como Horacio Araya, Mario Clausen, familiares y allegados que de manera desoladora apreciaban semejante desastre.
No faltaron las escenas dolorosas, como los repetidos abrazos de los más allegados e inclusive de gente trabajadora que seguramente se desempeñe en el lugar.
Las palabras sobraban, solamente podía escucharse “se fueron 50 años de mi vida” y seguramente que Juan Carlos Harriot se estaba refiriendo a la perdida irremediable de tantos y tantos recuerdos personales, de su vida familiar, de su participación deportiva, de tantos trofeos, medallas y conquistas que supo atesorar durante una vida dedicada al polo, que hizo trascender a Coronel Suárez y el país a través de esta disciplina y también todo lo que encierra su vida personal.
Recuerdos, recuerdos y mas recuerdos que no tienen valor porque la casa seguramente podrá reconstruirse, pero los valores afectivos los consumió el fuero, de allí el panorama desolador que podía apreciarse en el amplio parque que rodea la hermosa vivienda particular que se encuentra en el interior de La Felisa de Harriot.
La noticia corrió rápido a todo el país, los medios zonales se hicieron eco destacando la personalidad de Juan Carlos Harriot, un hombre admirado y respetado en todos los órdenes de la vida y ni hablar de lo que significó para la actividad deportiva.
Los Bomberos Voluntarios debieron extremar esfuerzos, planificar un operativo primero para sofocar el siniestro, después evitando su propagación y hasta las primeras horas de la tarde recomponer todo un desastre que se origina por el paso devastador de las llamas, las consecuencias del agua y el desorden por todos lados.
Mudos testigos de este triste episodio era el mobiliario quemado que se depositada sobre el parque, en algunos casos en llamas, en otros grandes sillones y otros muebles que parecían esqueletos desprovistos de tapizados, humeantes y con pequeños focos ígneos que transformaban la postal en más triste todavía.
Mantuvimos la prudencia necesaria para no entorpecer la labor de los servidores públicos, que como siempre fue admirable, no violar la intimidad del principal damnificado, quien de todas maneras tuvo la contención de sus incondicionales de siempre, pero era llamativo ver la reacción de los trabajadores del campo ligados mas que por una relación laboral por un lazo afectuoso, bien del estilo bonachón que Harriot siempre ha sabido imponer.
Una jornada triste. Por la tarde todavía quedaban los vestigios de semejante siniestro, como hacia mucho que no ocurría en nuestro medio en lo que se refiere a viviendas o residencias de este tipo, pero además con las implicancias que el tema tiene.
Hoy llegan hacia Juan Carlos Harriot múltiples muestras de cariño y acompañamiento, pero la postal resulta poco menos que tristemente inolvidable.

 
 
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