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“Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto”.

 

En el Anfiteatro, como todos los años, en el Domingo de Ramos una multitud se reunió para recibir la bendición de los olivos.
Luego se marchó en procesión para compartir la Santa Misa en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen.
El Cura Párroco Diego Kessler dijo que “al iniciar los acontecimientos de nuestra salvación, tenemos que comprometernos con la fe”.

El Anfiteatro Municipal es el punto de concentración cada Domingo de Ramos para iniciar la Semana Santa y compartir una tradición litúrgica que da origen a estas fechas tan representativas y fundamentales en la vida y en la historia de los católicos.
Fue el Párroco Diego Kessler quien presidió la celebración y en el momento de la bendición de los ramos, frente a una gran muchedumbre que como todos los años se da cita para este simbólico y tan sentido episodio que marca el comienzo de la Semana Santa, el Padre Diego dijo “que nos es simplemente participar de estos acontecimientos masivos que viviremos en la Semana Santa y de la Pascua, sino también hacernos participes de acompañarlo al Señor Jesús, en cada uno de los momentos que vamos a revivir, tanta la entrada de Jesús en Jerusalén como cuando el se nos da como eucaristía, en el don del ministerio sacerdotal que nos regala, el mandamiento del amor, ámense los unos con los otros y acompañarlo en la oración del huerto donde reza para que pueda pasar el cáliz, cuando en juzgado y carga la cruz donde muere, es depositado en el sepulcro y finalmente participaremos de la alegría de la resurrección que es la consistencia de nuestra fe, pero no pasar mágicamente de un momento al otro , cosa que se nos acostumbra hoy en día en la cultura vigente donde se ahorra todo el trabajo humano, el agua bendita que nos recuerda nuestro bautismo que nos dice que tenemos que comprometernos en la fe”.
Recordemos que el Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las Palmas y de la pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén y la liturgia de la palabra que evoca la Pasión del Señor en el Evangelio de San Mateo.
El Párroco Diego señaló frente a la imponente concentración popular que se produce en el anfiteatro que “hoy nos congregamos para iniciar con toda la Iglesia el misterio pascual de nuestro señor, un sagrado misterio que se realiza por su muerte y resurrección”.
En este día, se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración: la alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la iglesia madre de la ciudad santa, que se convierte en mimesis, imitación de los que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria (anamnesis) de la pasión que marcaba la liturgia de Roma. Liturgia de Jerusalén y de Roma, juntas en nuestra celebración. Con una evocación que no puede dejar de ser actualizada.
Vamos con el pensamiento a Jerusalén, subimos al Monte de los olivos para recalar en la capilla de Betfagé, que nos recuerda el gesto de Jesús, gesto profético, que entra como Rey pacífico, Mesías aclamado primero y condenado después, para cumplir en todo las profecías.
Por un momento la gente revivió la esperanza de tener ya consigo, de forma abierta y sin subterfugios aquel que venía en el nombre del Señor. Al menos así lo entendieron los más sencillos, los discípulos y gente que acompañó a Jesús, como un Rey.
San Lucas no habla de olivos ni palmas, sino de gente que iba alfombrando el camino con sus vestidos, como se recibe a un Rey, gente que gritaba: "Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto".
Palabras con una extraña evocación de las mismas que anunciaron el nacimiento del Señor en Belén a los más humildes. Jerusalén, desde el siglo IV, en el esplendor de su vida litúrgica celebraba este momento con una procesión multitudinaria. Y la cosa gustó tanto a los peregrinos que occidente dejó plasmada en esta procesión de ramos una de las más bellas celebraciones de la Semana Santa.
Con la liturgia de Roma, por otro lado, entramos en la Pasión y anticipamos la proclamación del misterio, con un gran contraste entre el camino triunfante del Cristo del Domingo de Ramos y el Vía Crucis de los días santos.
Sin embargo, son las últimas palabras de Jesús en el madero la nueva semilla que debe empujar el remo evangelizador de la Iglesia en el mundo.
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Este es el evangelio, esta la nueva noticia, el contenido de la nueva evangelización. Desde una paradoja este mundo que parece tan autónomo, necesita que se le anuncie el misterio de la debilidad de nuestro Dios en la que se demuestra el culmen de su amor. Como lo anunciaron los primeros cristianos con estas narraciones largas y detallistas de la pasión de Jesús.
Era el anuncio del amor de un Dios que baja con nosotros hasta el abismo de lo que no tiene sentido, del pecado y de la muerte, del absurdo grito de Jesús en su abandono y en su confianza extrema. Era un anuncio al mundo pagano tanto más realista cuanto con él se podía medir la fuerza de la Resurrección.
La liturgia de las palmas anticipa en este domingo, llamado pascua florida, el triunfo de la resurrección; mientras que la lectura de la Pasión nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo el Señor.

 
 
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