De hecho, una de las anécdotas familiares que han trascendido tiene que ver cuando su padre fue llevado preso por los militares a Bahía Blanca, cuando sucedió la revolución del año 1955 y se produjo la caída del Peronismo.
Luego de 6 días fue liberado. Al regreso, en la casa familiar, en pleno centro de Pueblo San José, en la casa típica alemana, con un gran corredor abierto, hacia el que daban todas las puertas y ventanas, Matías lo primero que hizo fue sentarse al piano y tocar la marcha Peronista. Imelda corría, escandalizada, cerrando las puertas y ventanas, para que los sones de la marcha no se colaran hacia el exterior, porque había empezado la etapa de desperonización y lo contrario se castigaba con la cárcel. Sobre esto recuerda Carola Hippener, la hija mayor, de cuatro hijos que tuvo el matrimonio: “no podía haber dos o más personas reunidas, había que destruir los volantes, folletos y todo lo que estuviera relacionado con el Peronismo. En esos años a mi padre lo inhibieron en todos sus bienes, lo que nos trajo muchas dificultades. Al cabo de 10 años el Ejército lo felicitó a mi padre por la administración que había hecho de la Municipalidad”.
Otra anécdota que tiene que ver con su infancia. Carola recuerda a su mamá como una mujer de carácter muy fuerte, que se enojaba con facilidad, pero que también rápidamente veía la luz a la dificultad, por lo que rápido el enojo trocaba en una broma, en una travesura. Así recuerda a su madre, como una eterna traviesa, capaz de salir con alegría y buena predisposición de las situaciones más difíciles.
Y por supuesto su madre, su padre y toda la familia con una gran caridad: “el primer producto de la cosecha iba hacia la Iglesia, a ayudar a las Hermanas del Seminario que estaba en Pueblo San José. Mi madre tomaba el te con las Hermanas, las visitaba todos los días, veía qué les hacía falta”, recuerda. Y trae a colación las muchas noches en que su padre, sentado al piano, interpretaba alguna melodía, los cuatro hijos cantaban y su madre los dirigía, indicándole la tonalidad de las voces.
El nombre de su madre está en una de las columnas interiores de la Iglesia San José Obrero. Disimulado entre la pintura que simula las líneas del mármol, el pintor dejó el nombre de Imelda, en un grito de amor, para lo que fue en su época un noviazgo prohibido por los padres de esta mujer alemana. Carola dice que según adivina por lo que le manifestó su tía madrina Filomena, hermana de su madre, que cuando Imelda era ya viuda pudo haber habido algún encuentro entre su madre y este pintor. Pero Imelda, aún cuando ya no recordaba nada, cuando la memoria le jugaba la peor de las pasadas, haciéndola olvidar el nombre de todos, no dejaba de repetirle a Carola: “yo siempre estuve enamorada de tu padre”; y repetía: “acercale la campera a papi, dale el poncho, abrile la puerta”.
María Carolina Hippener dice que en Pueblo San José está su lugar en el mundo, su casa, sus amigos de la infancia, los conocidos de siempre. El sitio que siente su hogar, donde todos se conocen, muchos la consultan y donde la gente abre la puerta de su casa para dejar pasar y contar su vida.
La fotografía que ilustra estos recuerdos pertenece al archivo de La Nueva Radio Suárez, en la casa paterna de los Hippener, en ocasión de los cien años de los Pueblos Alemanes, el Gobernador Armendáriz, el Embajador de Alemania en Argentina, Domingo Moccero, Pedro Benito Graff, la custodia del Gobernador, Blanca Duarte, Nancy Augusto y Oscar Durand antes de comenzar el desfile del centenario en Pueblo San José.