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El #18F de la familia de Nisman

Sandra Arroyo Salgado, la ex mujer del fiscal, vivió una tarde en donde la emoción la superó. Junto a sus hijas, no querían fotos ni protagonismo. Simplemente dar un un homenaje con respeto y prudencia, tal como ella deseaba

Si bien a los hechos naturales la psicología no le busca explicación, algunos intentan darle interpretación a los sueños. Soñar que a uno lo empapa una lluvia torrencial se cree que es la búsqueda del diálogo, que uno siente que habla y no es escuchado, que el mesaje no tiene receptor y se grita por encontrar una devolución del otro lado. A las 17.45, quince minutos antes de la hora pactada para el inicio de la marcha de silencio en homenaje al fiscal, Alberto Nisman, el cielo se volvió gris oscuro y el agua no dejó de caer ni un solo segundo. Fue como si 500 mil personas soñaran al mismo tiempo ser escuchadas. Así fue.
Sandra Arroyo Salgado llegó al Congreso de la Nación, donde había estado hace una semana exigiendo respeto y prudencia institucional, veinte minutos antes de la hora señalada. Se saludó con algunos fiscales y no mas que eso. Llegó junto a su hija mayor, su tia Lidia y la madre de Nisman, Sara Garfunkel. Junto a ella se colocaron algunos amigos y familiares y con el correr de la procesión se sumaron familiares de víctimas del atentado a la AMIA. Vestida de negro, con apenas un collar dorado que rompía la oscuridad del luto, la jueza federal caminó las veinte cuadras hasta Plaza de Mayo con la mirada perdida en un punto imaginario del horizonte. Era como si nada pudiese correrla de sus pensamientos. Cuando levantaba la mirada chocaba con una imagen de su ex esposo, sonriente, caminando, que uno de los asistentes había colocado en un inmensa pancarta junto a un mapa de la República Argentina. Si ella levantaba la mirada, solo lo veía a él.
Hasta la Avenida 9 de Julio evitó mostrar gestos de elocuencia, asombro, o tristeza. Mujer fuerte, forjada en la frialdad de los pasillos de tribunales, Arroyo Salgado solo se detuvo cuando en la esquina con la calle Lima, una señora en silla de ruedas suplicó poder darle un beso y acercarle una carta. Se acercó dejando a su hija a unos metros, la besó, recibió el mensaje y siguió caminando. Siempre dando la impresión de estar en una situación que la supera emocionalmente pero que no quiere asumir en esa inmensidad de perder a un ser querido. Su hija, también vestida de negro, caminó paso a paso junto a su madre y a uno de sus primos. Trató en cada momento de estar junto a la jueza pero la situación era extraña, incómoda. Ellos estaban en un lugar donde no querían estar. No querían fotos, no querían protagonismo, solo querían caminar.
Justo al frente del Obelisco, Arroyo Salgado se quebró por primera vez. Fue el llanto de su hija la que logró sacarla de su estado de abstracción y ponerla en cuerpo y mente en la marcha de silencio. En el fondo, el grito de "Nisman, presente" llegaba como un ola que arrancaba en la entrañas de la Plaza de Mayo y pasaba como un viento ensordecedor. La lluvia, miles de personas y esa familia. Así de complejo. No tenía paraguas, no quería privilegios. Incluso fua la familia la que solicitó que esa desesperación de los organizadores por llevarla al frente de la marcha cesara. Fue ahí, en el corazón de esa marcha silenciosa, donde la familia de Alberto Nisman encontró su lugar. "Dejame saludar a Sara. Fui su vecino de la infancia", me dijo un señor mayor, empapado, intentando llegar a la mama del fiscal. "Sara, estoy con vos. Acá estoy", le gritó en cuanto algunas espaldas se corrieron y pudo divisarla. Ella no se inmutó, pero le devolvió ese grito con un gesto adusto pero fraternal. El cielo gris oscuro se mezcló con el anocher. La lluvia se mezcló con el silenció y Arroyo Salgado y sus hijas ingresaron a la Plaza de Mayo pasadas las 20. Ahí fue cuando ese deseo de ser escuchadas ya no fue una pesadilla y el silencio abrazó a la familia. El 18F ya estaba consumado.
Fuente: Infobae.

 
 
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