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Los personajes de la ciudad.
Silvia Matitti de Heit perdió la visión hace 28 años a raíz de una afección, probablemente producto de un virus que la afectó la vista.

Hoy en la Biblioteca Parlante escribe Braille, baila el tango, no se pierde ningún evento en la ciudad, social, cultural, artístico, y es ama de casa prolija, impecable.
Un ejemplo de vida.
Otra forma de “ver” y sentir el mundo.

Es pura energía. Tiene mucha inteligencia. Le sobra actitud. Es lindo mirarla y escucharla porque irradia vida hacia todo lo que la rodea.
Es un ama de casa muy aplicada: mantiene totalmente limpia y ordenada su casa. En los sillones del living hay almohadones cosidos con sus propias manos. Hace poco terminó de coser a mano también un bello delantal.
En los ratos libres mira la novela de la tarde, de la que no se pierde detalle de su trama; o está escribiendo en la computadora; o respondiendo ella misma por el celular los mensajes que le llegan. Básicamente lo que lamenta es algo de independencia que perdió al no poder manejar el auto o a hacer recorridas sola, únicamente hasta la casa de su hija que queda a la vuelta, porque a eso sí le tiene un poco de miedo.
Por eso admira a los no videntes que se manejan solos, viajando, haciendo trayectos cortos y largos. Hace poco aprendió en la Biblioteca Parlante a escribir en Braille.
Silvia Matitti perdió la visión hace 28 años a raíz de una afección, probablemente producto de un virus que la afectó la vista.
Cuentan sus cercanos, como su hermana Rosana, que la quiere y la admira muchísimo, que nunca la vieron llorar frente a esto que le sucedió. En realidad una sola vez, cuando su hija cumplió 15 años.
Cuando esto le sucedió sus hijas tenías 12, 8 y 4 años. Y lo que lamentó entonces es que todo lo que hacía sola, llevar a las chicas a que tomaran el micro para ir a la escuela, viajar desde el campo en el que vivían hasta Tornquist a hacer las compras, ir a las reuniones de la escuela de Dufaur, participar activamente en todo esto, tuvo que dejar de hacerlo.
Recuerda que su marido, Alejandro, tuvo que empezar a encargarse de esto y entonces los trabajos del campo estaban medidos a través del reloj para que no se pasara la hora de buscar o de llevar a las chicas.
Se ríe a carcajadas de algunos sucesos que acumuló en estos años, como la vez en que hizo una ensalada de arroz y apurada le puso… dulce de leche casero (que había guardado en un frasco de mayonesa).
O la ocasión en que preparó café para unas visitas y en lugar del café molido puso pan rallado (que estaría guardado en un frasco de café).
Silvia cuenta con un compañero fiel, imbatible, incansable: su esposo Alejandro, que cuando recorren la ciudad, del brazo, le va contando sobre los colores y cómo se ve la ciudad.
Ahora ambos están aprendiendo a bailar tango. Mientras Silvia no pierde ocasión de reunirse con los nuevos amigos que ha hecho en este tiempo en la Biblioteca Parlante, conducidos por la profesora con la que cuenta el lugar, Romina, que les ha abierto a todos los no videntes que concurren un mundo de nuevas conexiones y socializaciones, sorteando las dificultades que implica el perder el sentido de la vista y encontrando otras formas de “ver” y sentir al mundo.
Silvia Matitti, un ejemplo de vida.

 
 
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