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“No quiero una gota de sangre, pero, si es posible, quiero la unión del partido”.
 
Homenaje a Don Hipólito Yrigoyen.
Unión Cívica Radical de Coronel Suárez.

“No lee ni hace nada. Escucha, con expresión melancólica y serena, todo lo que le cuentan del mundo exterior. Y así llega el primero de julio, cuando aparece la gravedad de su mal.
Un fraile dominico, amigo suyo desde hace años, va a visitarle. Hipólito Yrigoyen, que quiere morir como cristiano, resuelve confesarse. Y el sacerdote se prepara para oirle....
Después de confesarse, agrega unas palabras y pide que sean trasmitidas a los jefes del radicalismo: “No quiero una gota de sangre, pero, si es posible, quiero la unión del partido”.
Aquella tarde -continua Gálvez-, los diarios dan la noticia de la gravedad de Hipólito Yrigoyen. Desde ese instante, comienzan a llegar frente a la casa, hombres y mujeres de todas las clases. Los médicos ya han perdido toda esperanza y los ases del radicalismo entran a verle. El apenas habla. Todos comprenden que es el fin.
Pasa la noche en un sopor. A eso de las once (de la mañana) siente mejoría. Dice unas palabras.... pero vuelve a decaer. Ahora no reconoce a nadie.
Son las siete de la tarde de aquel gris y frío tres de julio. Ya ha anochecido. Frente a la casa asiste desde lejos a la agonía del Padre del Pueblo, una apretada multitud. Como entre la calle Sarmiento y la Diagonal Sáenz Peña se ha echado abajo todos los edificios, existe allí un baldío donde caven millares de personas. No hay un solo sitio vacío y llovizna por momentos. Todos saben que Yrigoyen agoniza. Detrás de los vidrios se ven las luces y algunas sombras. Dentro, todos lloran. Pasan veinte minutos de honda, de dolorosa expectativa. Son ahora las siete y veinte minutos de la tarde. Se abren los balcones. La multitud comprende. Miles de corazones se han puesto a llorar. Y entonces, tres o cuatro hombres aparecen en el largo balcón. Y uno de ellos, en medio del silencio, invita a la multitud a descubrirse. Todos se quitan los sombreros. Algunos se arrodillan. “En estos momentos acaba de morir el defensor más grande que haya tenido la Democracia en América”. Y agrega: “Pero no ha muerto. ¬Vive, ciudadanos! ¬Vivirá siempre! ¬Viva el doctor Hipólito Yrigoyen!” La multitud contesta con un “¬Viva!” unánime, y, en una espontánea afirmación de Patria, entonan el Himno Nacional.

 
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