Patricia empezó a estudiar de enfermera cuando vio a sus hijos ya crecidos. En ese momento sintió que había llegado el tiempo de cumplir con esta vocación que tenía guardada y que atesoraba desde hacía varios años.
No lo dice en la nota, pero es probable que su pasado de Guía, con esa promesa que se hace una vez y para toda la vida, de servicio al prójimo, haya tenido mucho que ver en esta vocación.
Se decidió cuando su hija le dijo que ya podía irse a estudiar porque había aprendido a prender el horno, como garantizando que la iba a poder suplir en los momentos en que no estuviera.
No fue fácil, es que hay que sumar 6 horas de estudio, más las horas de trabajo que son práctica para la profesión. Por eso muchas veces cocinó teniendo pegados en diferentes partes de la cocina los apuntes en los que iba estudiando mientras hacía las tareas del hogar.
Se recibió en el 2011, “fuimos un grupo muy humano, muy compañeras. Me gustó mucho el grupo y me gusta mucho la enfermería”.
Ahora, que ya está recibida y que han quedado atrás los exámenes, el estudio a marcha forzada, las crisis, dice que se siente “con muchas ganas de seguir aprendiendo, porque enfermería es una capacitación constante. Seguir creciendo al lado del paciente y de los compañeros de trabajo. La meta es seguir instruyéndose, no tiene fin, implica ir aprendiendo siempre. El paciente te entrega mucho, una enseñanza de vida. Enfermería es eso, brindarse, conocer, poder ayudar, es dar algo que parece pequeño, que se hace como rutina laboral y para quien lo recibe es muy grande. Cuando el paciente se va te abraza, te da un apretón de manos, ahí te das cuenta que sin querer entregamos un montón de cosas”.