Servicio Meteorológico Nacional - Coronel Suárez.
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Se cumple hoy un año en que estalló el caso Fanny Heit y Jesús Olivera.

Los dos acusados están presos en la Cárcel de Villa Floresta y continuarán en esa condición hasta el día del juicio oral y público en el primer trimestre del año que viene.
La Justicia de Garantías negó la semana pasada la excarcelación de la periodista de Cablevisión Canal 4, acusada junto al falso pastor Jesús Olivera de presuntos malos tratos en perjuicio de Sonia Molina.

En la resolución judicial, la Jueza de Garantías, Dra. Gilda Stemphelet, argumentó su decisión en que la pena que podría recibir Fanny podría no ser de ejecución condicional en el juicio oral y público del año venidero. Además consideró que otorgarle la libertad implicaría un riesgo de entorpecimiento de la causa y destacó la gravedad de los hechos que se le imputan y las consecuencias sufridas por la victima, Sonia Molina.
Fanny, recordemos, que esta imputada por reducción a la servidumbre, estafas reiteradas y lesiones, delitos que contemplan una pena de cumplimiento efectivo; mientras que Olivera tiene el agravante de abuso sexual reiterado.
La tarde del 12 de noviembre del año 2012 fue determinante para que comenzara a rodar una inmensa ola de comentarios y versiones cuando se confirma primeramente desde La Nueva Radio Suárez, a la hora 17, que la Ayudante de Fiscal de Coronel Suárez, Dra. Lorena Villagra, en compañía de efectivos policiales de la DDI y Estación de Policía Comunal, encabezaron un allanamiento en el inmueble de Grand Bourg 1823, donde residía Estefanía Heit con Jesús Olivera, y a partir de ese momento comienza a escribirse una de las mas sórdidas historias que conmovió primero a Coronel Suárez y después al país todo, porque los ribetes del episodio eran más que novelescos.
Sonia Molina se había fugado esa mañana del domicilio en deplorable estado, golpeada, abusada, desnutrida, aquella noche el Medico de Policía dijo que de permanecer varios días mas en esa condición se moría, ya que la alimentación estaba fundamentada casi en la misma comida que se le daba a los cinco perros que se encontraban hambrientos en el patio de la casa allanada.
Sonia Molina se escapó y se fue a un domicilio del Pueblo San José previo pedir ayuda y trasladada por un radio taxi, cuya conductora en aquel momento brindó una serie de precisiones sobre el estado que presentaba la mujer de Río Colorado.
A partir de allí, y durante varias semanas, fue insostenible el asedio periodístico, los móviles frente al Hospital Municipal; todos opinaban, todos conocían a Fanny y al Pastor, hacían fila, inclusive algunos improvisados periodistas locales que pretendían los cinco minutos de fama, ante la presencia de los canales porteños que hasta fueron agasajados con un asado en Pueblo San José pensando que iban a promocionar también la Fiesta de las 10.000 personas.
Fanny y Olivera también dieron para pan y circo, hasta que la Dra. Maria Marta Corrado, aguardando los informes médicos, dispuso su traslado a Bahía Blanca, logrando encaminar la investigación de un suceso donde los abogados defensores, también acostumbrados a una postura mediática de sus causas, insistieron en la liberación de sus detenidos, la inocencia, la falta de pruebas, que no hay videos, que si hay videos, la cara amable de Fanny, su compromiso con la sociedad, hasta que los profesionales fueron aclarando el panorama.
“Fanny es el prototipo de victima captada por un psicópata”, dijeron desde una red de apoyo para las victimas de sectas y hasta se llegó a encontrar en nuestra ciudad una guía de recursos suarenses donde aparecía la ONG creada por Fanny y Olivera y que circulaba por escuelas y organismos de la cultura local.
Las crónicas que fueron marcando los acontecimientos después de salir a la luz semejante caso daba cuenta que Sonia Molina viajaba a Río Colorado y la instaba “a desprenderse de sus posiciones”, y cuando estaba en su casa en Coronel Suárez, digitaba los movimientos de Sonia Marisol Molina por las redes sociales.
“Vos vendé lo que sea”, la presionaba el supuesto pastor evangélico Jesús Olivera.
Lo había conocido un año antes en una iglesia. Con promesas de “gloria divina”, Olivera consiguió lo que se propuso y cuando ya no había de qué despojar a Sonia la encerró en su casa en la que vivía con su esposa, Estefanía Heit, “Fanny”, periodista del noticiero de Cablevisión Canal 4.
Sonia logró escapar el lunes 12 y las conversaciones que se conocieron en aquel momento son de los primeros meses de ese año. En mayo, Sonia se trasladó a Coronel Suárez y entonces las presiones comenzaron a ser físicas. Luego de ser torturada y sometida a todo tipo de vejámenes durante tres meses, Sonia consiguió escapar en la madrugada del lunes 12 y pidió ayuda en una casa donde había trabajado.
El Policía que le tomó la denuncia supuso que la mujer divagaba. Tenía la piel pegada a los huesos, el rostro lívido y el tórax raquítico, marcas de golpes y llagas en todo el cuerpo. Decía que había estado secuestrada en la casa de la periodista de Cablevisión Canal 4. La Policía inició la investigación y en pocas horas pudo corroborar que los detalles eran certeros: en la casa estaba el encendedor con el que la quemaban -como había descripto-, el aerosol insecticida con el que le rociaban la cabeza, las puertas sin picaportes y con cerrojos, un garrote ensangrentado y el preparado nauseabundo que le entregaban para comer.
“Fanny”, la solidaria y comprometida periodista del noticiero de Canal 4 tenía una doble vida. A los habitantes de Coronel Suárez aún les cuesta creerlo. Por eso para algunos, ella -además de su rehén- es también una víctima de su esposo.
Jesús María Olivera, de 28 años, se presentaba como un pastor evangelista y quienes lo trataron dicen que se revelaba un fanático. Aunque su religión tenía un doble propósito: hacerse de dinero y propiedades “para su misión”. Muchos le creyeron, depositaron su confianza y dinero. Sonia fue quien padeció la crueldad de su perversión en carne propia.
Estefanía lo conoció en una iglesia y por él dejó todo.
En esos años, Silvana Philip era su mejor amiga. La chica escribió una carta que subió a Facebook: “Quiero que sepan que Fanny no siempre fue lo que hoy sabemos”, dice en una parte. A ella le contó que había conocido a Jesús, y le dijo que le daría albergue en su casa. “El fue el motivo de nuestro distanciamiento, no puedo dejar de pensar que el gran amor de tu vida te arruinó la vida”, dice en la nota. Lo mismo ocurrió con el resto de sus allegados y familiares. Heit rompió relaciones y se aisló. Hasta dejó de ver a su madre. “Para mí es lo más dulce que podía existir”, dijo Olga Schulmaister, su mamá, cuando fue a visitarla el primer día de su detención, aunque ella no quiso recibirla.
“Fanny” no lo presentaba a Olivera. “Sólo sabíamos que estaba casada, decía que tenía un trabajo que lo obligaba a viajar y nada más”, aseguran sus compañeros en el Canal. Y nadie aquí, y tampoco en la radio Coronel Suárez donde tenía un programa los días sábados, meses, observaron en ella una actitud fuera de lo normal. “Atenta, dada, siempre con una sonrisa”, coinciden al hablar de Fanny.
Lo cierto es que Olivera no trabajó nunca en esos tres años. Los pocos que alguna vez lo vieron, como sus vecinos, cuentan que vestía “rarito”, siempre de negro y que no salía nunca de la casa, “ni siquiera para cortar el césped. Iba un chico al que le pagaba Estefanía”. Y cuando lo hacía, era junto a ella.
La pareja viajaba en el Corsa bordó de la periodista a localidades del Valle Medio de Río Negro y hacían escalas en Choele Choel y Río Colorado. Allí él captó a Sonia Molina, también en una Iglesia.
Entonces ella tenía 31 años y trabajaba en una empacadora de frutas. “Lo conoció a él y dejó todo, hacía todo lo que él quería y se alejó de nosotros”, contó Mónica Santander, su mamá. Manipulador, Olivera consiguió a cambio de promesas de “gloria divina”, que ella vendiera todo lo que poseía. En esas maniobras también participaba Heit.
El decía que era pastor del Centro Cristiano “Amar es Combatir”, y que ambos pertenecían a la ONG Visión XXI, dedicada “a ayudar a discapacitados y a chicos indigentes de Chaco”. Pedían donaciones, recibían dinero, sumas de 100 a 3.000 pesos. Muchos de esos giros a las cuenta de la periodista.
Sonia, en tanto, se deshizo de todo. Vendió sus casa dos veces, primero en 60 mil y luego, a los pocos días, en 40 mil pesos. Todos los muebles, una moto y dejó el empleo que tenía. Todo el dinero fue para la causa de la pareja y cuando ya no hubo fondos comenzó el calvario.
El cautiverio.
En la casa de Grand Bourg 1823 sólo quedaron los cinco perros que según los vecinos obsesionaban a Heit. Es un barrio de casas bajas, pulcro como todas las calles de este pueblo. En la esquina hay una iglesia católica de ladrillos a la vista. Esta en una zona periférica, por eso no hay mucho movimiento. Pero desde que se conoció el caso muchos pasaban a ver dónde está “La casa del horror”.
Molina abandonó Río Colorado una vez que Olivera la había convencido de que debía superarse. Le dijo a su familia que se había inscripto en la Universidad, en Santa Rosa, La Pampa, y con ellos dejó a su hija de 10 años. Fue en mayo de este año. Paró en algunos hoteles y después trabajó de lunes a sábado en una casa de familia en una de las tres colonias alemanas que son “satélites” de Suárez.
Días después de quedarse sin empleo, Sonia comenzó a quedarse a dormir en la casa de Heit.
Una tarde, ella le pidió dinero a Olivera para viajar a su pueblo: cayó en la cuenta del error de haber vendido la casa dos veces y quería ir a declarar a la Justicia por “estafas”.
Pero ya no pudo salir de la casa.
A través de un ventiluz con vidrios azules de la puerta del frente, los vecinos podían ver el reflejo de la enorme pantalla de TV siempre encendida en el living, día y noche. “Fanny” llegaba a la casa después del noticiero, pasado el mediodía, en la tarde hacía algún trámite y en la noche estaba nuevamente en su casa. A esa hora, la música sonaba a todo volumen.
El sonido ahogaba los gritos de la chica, pero la música molestaba a los vecinos. La acondicionaron de tal modo que aún en el silencio de la siesta no se oyeran los pedidos de auxilio de Sonia. A las tres puertas que dan al pasillo, que hace de distribuidor de la casa, les quitaron los picaportes y las reforzaron con cerrojos externos. Y allí, en el centro geométrico de la casa, en un espacio de un metro por un metro y medio, como si se tratara de una cámara estanca, la confinaron.
En las fotos que se conocieron de ella, se ve a una mujer de casi 70 kilos, de sonrisa amplia y tez y cabellos largos y oscuros. La imagen de Sonia luego del cautiverio al que la sometieron no se asemeja en nada a quien era. La mujer que la asistió, apenas había escapado, no la reconoció.
En la casa, Olivera y Heit la sometieron a todo tipo de vejámenes. En las imágenes que se le tomaron a la joven cuando ingresó al Hospital, integradas al expediente, se observa una figura esquelética con marcas de golpes que por el tono de los magullones, de amarillentos a morados, puede saberse de cuándo datan. Tiene marcas desde la cara a los tobillos, también ampollas de quemaduras. El informe médico revela que fue empalada por ano y vagina. Al Hospital llegó con algo más de 46 kilos y parecía una mujer de más de sesenta años.
Sonia estuvo a poco de morir. Comía algunas veces a la semana una mezcla de polenta con comida para perros y, también dosificada, pequeñas cantidades de agua contaminada con excremento de perro.
En cautiverio, a la joven la golpeaban con palo de un metro, de cuatro centímetros de diámetro, que se encontró con sangre y vello púbico en un extremo.
En esa cámara estanca, la ataban con bolsas de nailon, con el propósito de que no pudiera escapar, y si hacía algún movimiento brusco, el ruido de las bolsas los alertara a los secuestradores.
En los últimos días, con su cautiva ya casi sin fuerza, y porque el sonido del nailon comenzó a molestarles, la llevaron a una habitación, con un delgado y húmedo colchón en el suelo.
Al allanar a casa, algunos peritos no soportaron el pestilente olor que había en el cuarto y salieron descompuestos. En ese cuarto, que tiene una ventana con persiana americana a la que le habían cortado la correa, Sonia Molina halló las fuerzas para liberarse.
El 21 de octubre le habían hecho redactar de su puño y letra una carta en la que explicaba los motivos de su suicidio, aborrecía cómo era su vida y se despedía de sus familiares. Ese fue el disparador. Heit y Olivera habían decidido deshacerse de ella. El lunes, cuando Olivera dormía, “no sabe cómo hizo” -cuenta su mamá- Sonia alzó todo lo que pudo la persiana plástica de la ventana y cayó al patio de tierra. Temió por los perros, pero al moverse rápido consiguió evitarlos. Usó de peldaño un tanque que estaba apoyado a la medianera y saltó al otro lado.
En la calle, la joven corrió y se atravesó en el camino de un taxi. La mujer que lo conducía fue quien terminó llevándola a la casa de la familia Herr, en Pueblo San José, donde había trabajado como empleada doméstica. No la reconocieron. “Estaba desnutrida, sucia, golpeada: se fue de esta casa el 9 de agosto y volvió casi un cadáver”, dijo Liliana Herr a la prensa suarense. “Estaba asustada. Era como un esqueleto con la piel pegada, cuando la ayudé en el baño me quise morir”, dijo la mujer entre sollozos.
A esa hora, Fanny ya estaba en el Canal cuando recibió un mensaje de texto en el que Olivera le advertía de la fuga.
Por primera vez en cuatro años pidió salir antes del trabajo con la promesa de regresar enseguida. Fue a su casa y unos minutos más tarde salió con su marido en su coche. Sin intervenir, la Policía ya los vigilaba. Viajaron hasta Pigüé, pero antes hicieron una parada para deshacerse de una bolsa de consorcio. La pareja lo hizo a la vista de un empleado municipal que ató cabos cuando se conoció el caso y avisó a la Policía: estaba llenó de documentos y recibos de Western Union y bancarios, de depósitos que habían recibido a nombre de Molina.
A Olivera lo dejó en Carhué, a cien kilómetros, donde fue detenido al otro día. Se supo más tarde que los únicos días que sacaban a la mujer de la casa, ya con un corte de cabello a la nuca y teñido de rojo, era para ir a los bancos a cobrar el dinero que le enviaban de Río Colorado, a veces de la venta de muebles, otras de ayuda de familiares que la obligaban a pedir.
Heit regresó a su casa y a las cuatro de la tarde le abrió la puerta a los agentes de la Sub DDI de Coronel Suárez. “Estaba sorprendida, pero al mismo tiempo se mostraba tranquila”, contó un agente. “Fanny” estaba con el lampazo en mano y un balde de agua y lavandina quitando rastros del piso.
No había nada en las paredes, apenas unas cintillas sobre los marcos de las puertas que decían “Jesús guerrero”, y un desorden descomunal. Había cuatro computadoras portátiles y un CPU, 87 CD’s y tres agendas con “lineamientos para captar fieles”. Dice un punteo escrito en esas páginas: “perseguir a la persona, perseverar, insistir hasta el punto de instigar”. Cuatro teléfonos celulares también, los de Heit modernos con cámara de video, y dos videos. En ellos se oyen las voces de ambos, en uno la manguerean a Sonia mientras está en el suelo, orinada: "No aguantas nada”, se oye la voz de Heit; el otro se ve cara su primer plano, “no puede ni hablar”, contó un investigador. Le hacen reproches: “¿Por qué te lastimas?”. Ella, con la flacura extrema en su cara, los ojos bien abiertos, al final del video que dura cinco minutos, y balbuceando, les pide “Déjenme ir”.
Ahora Fanny y Olivera se encuentran en la Cárcel de Villa Floresta a la espera del juicio el año que viene, mientras Sonia Molina intenta recuperar a su hija y volver a la normalidad después de esta espantosa vida que llevó en Coronel Suárez.

 
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