Sin embargo, y dejando para otros su valoración como político, encontramos justo mencionar su lucha tenaz por las libertades públicas pero sobre su conducta moral, en la que la convicción ética predominaba sobre la ventaja material, subrayando su temperamento negociador. Fue un orador emotivo que tocaba las fibras sensibles de la audiencia, sin que importara el color partidario.
Don Ricardo fue un padre ejemplar y delicado y un abuelo inmortal, capaz de recordar hasta qué tipo de comida le gustaba a cada uno de sus seres queridos y homenajearlos cocinando para ellos.
El "Chino", así lo apodaban por sus ojos rasgados, fue una persona querida y admirada por correligionarios y adversarios a tal punto que nunca nadie puso en duda su honestidad personal. Un argentino que nació en cuna humilde y murió en la humildad y en la dignidad de su honestidad sin límites.
Don Ricardo fue para nosotros un caballero generoso y solidario, que siempre supo cómo ponerse en el lugar del otro, abandonando la futilidad individual y personalista en pos del bien de todos.
En este momento, en su homenaje, esperamos sinceramente que su ejemplo se haga carne en los futuros dirigentes del radicalismo, en los jóvenes que serán en poco tiempo los pilares de la nueva sociedad argentina. La que está naciendo a partir de la lucha por los ideales comunes, los de la igualdad y la solidaridad y el respeto que nos dejó don Ricardo.