“Alégrate María, la llena de gracia (la Preferida y Favorecida), el Señor está contigo” (Lc. I, 28). Estas palabras dirigidas por el ángel Gabriel a la Virgen repican también hoy con la elección y los gestos del Papa Francisco. Éste es el método de Dios en la historia: elige a uno para todos; hoy esta preferencia recae también en cada uno de los argentinos, como personas y como nación. Nos sentimos preferidos: la elección del Papa cayó también sobre nosotros. Cuando el Buen Dios quiere hacer un bien especial siempre prefiere. Él tiene una mirada que ve lo que nosotros todavía no vemos, pero que podemos aprender a desear y a sorprendernos por el regalo, incluso a través de nuestras mismas frustraciones y pecados. Por eso queremos estar a la altura de esta elección, porque Dios siempre se nos anticipa.
Como se anticipó a María, conmovida ante tamaño anuncio: “No temas María, porque has encontrado el favor de Dios” (Lc. I, 30). ¿Qué puede significar para los argentinos esta preferencia y este no tener miedo? Preferencia, tal como la vivió María, es prestar atención a cómo Dios genera a través de ella un Hecho Vivo, Jesús, un Hecho de Libertad para todos los que tienen abiertas las incómodas preguntas y atento el indómito deseo. ¿Qué es lo que hace posible estas guías hacia un camino de libertad de la persona, haciéndola capaz de construir? ¿En Quién confiar para desbloquear el encierro que reduce el corazón de la persona y lanza a los argentinos a vivir en la agresión prepotente y en la parálisis del miedo?
Para no estar condenados a ser retrógrados, a vivir divididos, tenemos servida la oportunidad de un reinicio: dejarnos inundar sólo de esta Gracia, de esta Preferencia. Tal es la razón para no quedar encarcelados por la inseguridad en la propia casa, para salir al encuentro y no dejarse achicar ante la prepotencia del poder injusto, venga de donde venga. La sistemática sospecha frente al otro pudre toda posibilidad de encuentro. La percepción del adversario político como un enemigo cuya influencia debe ser neutralizada y el otro en lo posible eliminado es hora de darse cuenta de que es una mísera ilusión. Lo demuestra nuestra pobre historia política, ya denunciada por nuestro prócer José de San Martín: es vana la presunción de reducir al otro a cero.
“Desde su pobre realidad llena de límites, la Iglesia sigue ofreciendo a los hombres la única contribución verdadera, aquello por lo que ella misma existe y que el Papa Francisco recuerda continuamente: el anuncio y la experiencia de Cristo resucitado. Él es el único capaz de responder exhaustivamente a la espera del corazón humano, hasta el punto de hacer a un Papa libre para renunciar por el bien de su pueblo” (Julián Carrón).