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“Somos integrantes de un Voluntariado que se formó en el Movimiento de Schoenstatt y para quienes tenemos fe se trata de darle sentido al dolor”.
“Como seres humanos llegamos a este mundo con esta carcasa imperfecta, que está siempre destinada a tener fallas y también a atravesar la muerte, la cual la entendemos como una transformación, un paso hacia algo pleno, eterno y feliz, porque vamos a la presencia de Dios”.
Reflexiones de Susana Badiola, María Eugenia Barzi, Elisa Sastre y Mimí Arzadum.

Este domingo 11 de noviembre es el Día del Enfermo, por tal motivo se oficiará una misa a las 19 horas en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen y a su finalización el Sacerdote hará una unción a los enfermos que así lo deseen.
Hay muchas personas que trabajan por los enfermos, con una dedicación encomiable cada día: los profesionales de la salud, como médicos y enfermeras, también el Voluntariado del Hospital Municipal, entre otros.
En esta ocasión quisimos mirar especialmente a un grupo de mujeres, son ocho en total, que integran el Voluntariado de María, quienes con sus camisas blancas, guardapolvos azules, una medalla de la Virgen María cerca del pecho y el corazón dispuesto cada día recorren todas las camas del Hospital Municipal hablando con los familiares y sus enfermos.
Independientemente de la religión que profese cada uno, si cree o no, reciben de este grupo de mujeres una mano tendida amorosamente, el oído dispuesto para la escucha y una frase de despedida: “voy a rezar por vos”.
Consultadas Susana Badiola, María Eugenia Barzi, Elisa Sastre y Mimí Arzadum explicaron que “visitamos los enfermos del Hospital y de la Clínica desde hace más de tres años. En general nos encontramos con situaciones de dolor o de inmensa felicidad, como es la llegada de un niño a las familias. La gente nos acepta, buscamos sacarlos un ratito de la situación de dolor y de enfermedad, conversar y llevarles un momento de alegría y toda la espiritualidad que nosotros estamos representando a través del Voluntariado de María”.
“Tratamos de ver primero si tienen fe, si son católicos y de hacerles ver que la enfermedad no es un castigo sino una forma de ofrecerle a Dios algo y, a través de este ofrecimiento, que alcancen la paz y otorgarle a su familia una sensación de no tanto sufrimiento. El dolor hay que ofrecerlo y este es un aprendizaje que se produce en situaciones límites, logrando que el dolor y la enfermedad se transformen en algo positivo”.
Agregaron que “somos integrantes de un Voluntariado que se formó en el Movimiento de Schoenstatt y para quienes tenemos fe se trata de darle sentido al dolor. Como seres humanos llegamos a este mundo con esta carcasa imperfecta, que está siempre destinada a tener fallas y también a atravesar la muerte. Para quienes tenemos fe entendemos la muerte como una transformación, un paso hacia algo pleno, eterno y feliz, porque vamos a la presencia de Dios”.
“Quien está cerca de este paso es una persona particularmente vulnerable. Buscamos lograr en el enfermo la apertura para que Dios haga su función en ese momento, que es el que todo tenga sentido. Para todas nosotras, que estamos en esta tarea de acompañar, podemos ver como se produce el milagro; somos simples voluntarias, llenas de imperfecciones, somos en ese momento el instrumento para que Dios haga ese trabajo. Y eso no tiene comparación con nada, en lo que plenamente significa ser un mínimo instrumento para el amor de Dios”.
Para los enfermos y sus familiares, cuando las vean llegar con sus guardapolvos azules, las manos cruzadas sobre el pecho como dispuestas al rezo, la sonrisa amplia, la mirada franca, vale la pena “dejarlas entrar”, porque traen un mensaje de paz y de amor en el dolor vulnerable de la enfermedad.