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En los alrededores de una empresa acopiadora de granos, ayer por la mañana, cuando la humedad pegoteaba todo, penetraba en todos los lugares, se pudo observar a un nutrido grupo de tordos que desde los árboles cercanos bajaban hasta la tranquila calle que forma parte del Barrio Rosario.
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Las aves, mansas, sin incomodidad porque por allí hay poco tránsito, ennegrecían la calle en la que se posaban para comer los granos.
El paisaje natural que generaban era casi como para dejar volar la imaginación y escribir un poema… si no fuera que se trataba de los benditos tordos, especies que se ha multiplicado en forma exponencial y que cada anochecer ocupan los árboles del centro de la ciudad, con los perjuicios e inconvenientes que esto acarrea.