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Se encuentra enmarcado dentro del Turismo Rural del Distrito.
“Este proyecto nos sirvió para salvar las vacas en tiempos de crisis. Hoy nos permite trabajar unidos con mi esposa y viajar por el mundo a través de todas los visitantes que recibimos”.
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Era diciembre del año 2001, a unos pocos días de la caída del Gobierno de De La Rúa, cuando todo peligraba en el país, la inestabilidad era creciente y la incertidumbre se adueñaba de todos, cuando Tito Cimarosti le pidió a su esposa que se quedara por un rato al frente de la empresa de metalmecánica que tenía sobre la Avenida San Martín porque necesita salir a respirar otros aires, por lo que concurría a una reunión que sobre turismo rural se llevaba a cabo a través de técnicos del INTA.
De ese encuentro regresó renovado, habiendo encontrado un camino en el que hoy disfrutan mucho, haciendo un trabajo que les complace a él y a su esposa Mabel.
Hoy, habiendo dejado atrás ese tiempo de incertidumbre pero sorteando momentos difíciles para el sector agropecuario, analiza todos los años transcurridos desde el momento en que decidieron abrir el restaurante Ítalo-Argentino para dar espacio al turismo en su pequeña chacra educativa.
Sentado en el extenso parque que circunda la casa y el confortable local en la zona rural de Coronel Suárez, prácticamente lindando con el Frigorífico local, resume que “en tiempos de sequía la casa de comidas nos sirvió para salvar las vacas, porque con esta extensión hacia el turismo muchas veces pudimos comprar los rollos de pasto para poder alimentar a los animales que tenemos. Y me ha permitido conocer todo el mundo, menos Guyana, porque de allí no hemos tenido visitantes, sin moverme de mi casa”, consideró Tito con la amabilidad que lo caracteriza.
Luego comenta entusiasta como siempre que “por aquí pasan no solamente la gente de Coronel Suárez que quiere celebrar una fecha especial o reunirse con amigos o familiares, sino, y sobre todo, los extranjeros que llegan al Distrito y que los traen a nuestra casa para degustar los tres platos de comida que servimos y también para conocer las costumbres y tradiciones que nos son propias”.
“El primer concurrente extranjero era un japonés que estaba visitando la Argentina, a 22.000 kilómetros de distancia de su casa. Si no hay traductor, y quienes nos visitan saben inglés, nos arreglamos con nuestra hija Ana que nos ayuda en esta propuesta. Esto nos ha permitido estar más juntos con mi esposa Mabel, porque encontramos un trabajo que nos gusta mucho y que nos permite estar todo el día unidos”.
A la distancia, en el parque, yacen los maderos que en una carpintería le cortaron de un gran pino que tuvo que sacar por consejo de un asesor para dar lugar en el gran parque y que muy pronto, por las manos de este hombre laborioso, se transformará en una barra para atender en el área de recepción del local de comidas.
Y sueña que con los años los hijos se vayan sumando para continuar esta propuesta de “El Gringo Viejo”, para que continúe cuando ellos no puedan seguir trabajando y cuando ya no estén.
El Gringo Viejo, un restaurante familiar con platos de italianos y argentinos y la calidez del recibimiento de Mabel y Tito Cimarosti.