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Recorrida por Coronel Suárez y General La Madrid, la siembra directa, un paso inevitable.

Es consecuencia obligada de los 4 años consecutivos de sequía. Con sólo 50 milímetros de agua en un perfil de suelo hasta 70 centímetros, se implantó un trigo que podrá esperar el agua prometida para septiembre. Se pretende el mayor beneficio económico arriesgando lo menos posible. Guillermo Rueda Enviado especial.

Al momento de la siembra de trigo, el productor Marcos Rebolini no pretende el máximo rinde. Básicamente, procura una ecuación que le permita el mayor beneficio económico arriesgando lo menos posible.
Esta es la realidad del sector más rico del sudoeste bonaerense que, aunque sufrido, difiere de distritos más australes y comprometidos como Patagones y Villarino, así como Bahía Blanca, Puan y Tornquist.
Pero, para eso hay una clave: la siembra directa.
"Algo aprendimos en estos últimos cuatro años en los que no hubo precipitaciones y cambió el clima. Antes llovía, como poco, hasta 900 milímetros por año, pero ahora pasamos a 500... No nos queda otra que la siembra directa", admitió.
"El agua pasó a ser un recurso escasísimo. Hoy, la SD mantiene la diferencia entre sembrar o no sembrar, o tener una buena o una mala implantación. Se trata de un cambio tecnológico que se da fuertemente en la zona y muchos productores aún no lo han tomado; y hay que difundirlo", agregó.
"Ahora, el nivel de estudio del productor es mejor que hace veinte años, porque casi todos trabajan con ingenieros agrónomos o con grupos de Aacrea, de Aapresid y del INTA. Igual, admito que cuesta actualizarse; algunos somos medio `vascos'... pero los palos que nos da el clima nos harán cambiar definitivamente", comentó.
Rebolini aseveró que esta reconversión viene vinculada con la necesidad de seguir en el negocio.
"Es cierto que es fácil decirlo, pero un equipo como el que tenemos nosotros cuesta alrededor de 500.000 pesos y, si uno viene trabajando en convencional con elementos básicos, hay que invertir mucho, justo cuando es difícil conseguir financiación. Otra opción es contratar las labores, claro", explicó.
"Los últimos años se hicieron muy severas la seca otoño-invernal y el atraso de la primera lluvia en primavera. A eso se sumó lo poco que llueve desde octubre hasta febrero. Los otoños eran buenos y nunca teníamos problemas para implantar un trigo, pero ahora precipita poco en primavera y nada en invierno. Por eso también está complicada la ganadería", manifestó.
En los campos de la familia Rebolini siempre se trabajó en convencional, pero desde hace más de cinco campañas se optó por incorporar la SD.
"Comenzamos con verdeos, soja, girasol y algunos maíces, pero no trigo. A diferencia de ahora, que hacemos casi el 80% de la producción en directa con equipos propios, siempre contratamos los servicios", contó.
Antes de sembrar trigo en un potrero de casi cien hectáreas, Rebolini analizó las variables exigidas para el caso.
"Evaluamos la humedad hasta 70 centímetros de profundidad, y los niveles de fósforo y de nitrato, que este año es muy bueno, porque la cosecha fallida nos dejó una fertilidad importante. Así, agregamos 40 kilos de fósforo para una expectativa de cosecha de 3.000 kilos (por hectárea)", comentó.
"Los análisis también incluyeron estudios para medir la humedad de 0 a 70 centímetros, así como de 0 a 20, de 20 a 40 y de 40 a 70. Precisamos que había 50 milímetros acumulados, lo cual nos iba a permitir una buena implantación y llegar hasta fin de septiembre sin problemas. Y ahí esperamos agua", expresó.
"Con esos 50 milímetros en el perfil, necesitamos otros 250 para el desarrollo del cultivo. Los 3.000 kilos están calculados para una eficiencia de 10 kilos por milímetro", amplió.
Los estudios desecharon otros lotes que sólo tenían 40 milímetros de reserva.
"Si llueve algo, quedarán hasta octubre o noviembre para hacer girasol o soja", acotó Rebolini.
En trigo, el promedio histórico en esta zona es de 2.600 kilos, con picos de 3.500 (2003) y, en los últimos años, 1.200 kilos.
El potrero trabajado viene de cinco años de pasturas a base de alfalfa, pasto ovillo y festuca, utilizado con ganadería durante cuatro años.
"A partir de las constantes sequías, las pasturas se pusieron viejas demasiado rápido y se perdieron, sobre todo las gramíneas que daban las alfalfas, que son las que tienen las raíces más profundas", dijo.
"Terminado ese ciclo, hicimos un verdeo de invierno con avena en directa, sólo quemándolo con glifosato, que se pastoreó durante todo 2008 hasta sembrar, el 10 de noviembre, una soja con expectativas de 2.000 kilos de rinde", relató.
"Pero tuvimos un verano desastroso. En girasol, nos dio relativamente bien, con 1.600 kilos, pero en soja apenas 500 kilos y, en algunos sitios, sólo 100, por lo que decidimos no cosecharlo", dijo Rebolini.
A los ocasionales 10 milímetros, que se evaporaban rápidamente, se sumaron intensos (e inusuales) vientos y altas temperaturas desde agosto hasta llegar el verano.
La otra etapa de preparación para la siembra de trigo incluyó un suave pastoreo para mantener la cobertura del rastrojo y, por ende, la humedad. Si bien no había muchas malezas, se fumigó 25 días antes del arribo de la sembradora.
En esta ocasión, el productor lamadrinense implantó un ACA 303, de la Asociación de Cooperativas Argentinas.

Conservación del recurso.
En los campos de la familia Rebolini siempre se utilizó la rotación de cultivos.
"La secuencia agrícola tiene su razón en la conservación del recurso", aseveró Michael Botham, quien es asesor técnico en el manejo del campo.
"Reponemos con pasturas la cantidad de fósforo y de nitrógeno que le sacamos a la tierra con la agricultura. Lograr ese equilibrio es el fundamento de la rotación, porque suelos de mejor calidad aguantan más años de agricultura con menos años agrícolas", explicó.
"En la zona núcleo, la ganadería con pasturas se ha neutralizado y se reemplaza con fertilizantes. A ese costo, nosotros lo tratamos de incorporar con pasturas. Creemos que producir carne y recuperar suelo con pasturas es más barato que hacer agricultura permanente con fertilizantes", definió.

Sólo para productores.
Marcos Rebolini posee una explotación mixta de 3.500 hectáreas entre los partidos de Coronel Suárez y General La Madrid. Con sus hermanos, pertenece a una familia de agricultores y ganaderos; incluso, su perfil dirigencial (pertenece a Unión Pro y fue como candidato a diputado provincial --en séptimo término-- por la Sexta Sección en las legislativas del último 28) deviene de su padre Juan Alberto, quien fue presidente de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (CARBAP) desde 1989 hasta 1990 y, aún hoy, vive en el campo con su esposa Tité.

Riego sí, pero con créditos.
En períodos de sequía como el actual, la alternativa de poder incorporar sistemas de riego es por demás aconsejable. Pero no tan sencillo, ni tan accesible desde lo económico.
"En nuestra empresa lo analizamos en 2008, antes del conflicto. Los números daban, y el repago era entre 6 y 10 años", señaló Marcos Rebolini.
"En ese momento, había créditos a ocho años. Era una inversión de 2.000 dólares por hectárea, casi lo que cuesta comprar una hectárea agrícola en esta zona", explicó.
Con este cálculo, para un campo de 500 has. se necesita una inversión en equipamientos y perforaciones de un millón de dólares.
"Es mucho dinero. Y la única forma de hacerlo es a través de créditos a largo plazo; por caso, ocho años al 10% anual. El proyecto inicial era atractivo, pero cuando comenzó la polémica con el gobierno se cortaron los créditos", comentó.
En el distrito de Coronel Suárez trabajan más de 40 equipos de riego. Con este sistema, se pueden cosechar 6.000 kilos de trigo; en cebada, por caso, se han logrado 6.500 kilos.
"De todos modos, los márgenes no varían mucho respecto de un productor que cosechó 2.500 kilos. Los costos del riego son elevados, casi 0,60 pesos por cada milímetro, y eso hace que los 300 milímetros que hubo que poner este año impacten en el margen neto", comentó Michael Botham.
"Además, para llegar a los 6.500 kilos hay que incorporar un paquete tecnológico, como fertilizantes y demás, que no es el mismo para lograr 2.500 kilos (sin riego artificial)", agregó.
"En los países que no tienen el 30% de retenciones, es más fácil que den las cuentas, porque los costos están dados, básicamente, por el fertilizante y por el gasoil", sostuvo Rebolini.
"La Argentina tiene capacidad para aumentar el riego, pero necesitamos una decisión política que implique medidas para mejorar la relación insumo-producto, créditos a largo plazo y medidas impositivas para amortizar más rápido los equipos y así incentivar a los productores a invertir en eso, porque el país se beneficia al duplicar la producción en cada hectárea", concluyó.
Respecto de las contras, en los dos sistemas, Botham señaló que un cultivo regado tiene una tendencia menor a helarse respecto de uno que no está regado.

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