Esto es lo que dice y reconoce Rubén Rowhein, quien recuerda que inmediatamente de pasada la guerra, y de regreso en el continente, por muchos años permaneció en un silencio que sus propios padres no se atrevieron a romper.
“Gracias a Dios se nos acercó Oscar Recovsky, quien a mí y a Héctor Sauer nos invitó a hacer teatro, y después a mi me orientó hacia la enseñanza de fútbol para los chicos, que es mi cable a tierra”.
Y con los ojos que se van completando de lágrimas –que no alcanza a derramar- reconoce que “es imposible no sentir dolor en estas fechas, porque uno se acuerda de los que no volvieron, de los que perdieron la vida en las Islas, y de lo que nos costó vivir todos esos días. Por suerte, yo tenía un compañero que permanentemente nos daba fuerzas a todos”.
“Cuando en el continente se difundían noticias positivas de que íbamos ganando la guerra, nosotros ya nos dábamos cuenta que las cosas no eran así. Cada día se acercaban más las tropas inglesas y recuperaban terreno, con lo que era obvio que íbamos a perder. Y al regreso, lo que más dolió fue la indiferencia de toda la gente”.