La nostalgia por la ausencia de las Hermanas de la Escuela Parroquial Santa María.
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Antonia Pin de Reser y sus recuerdos imborrables de las fiestas de fin de año de otras épocas.
“Tenían toda la dedicación, las 24 horas del día para pensar en la obra que estaban llevando adelante”.
“Acciones de caridad, de servicio y de espiritualidad de una comunidad como Santa María, que las tenía como conductoras espirituales”.
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En cada fiesta las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo llevaban adelante todos los preparativos de los festejos religiosos de la Navidad: se ocupaban de adornar la Iglesia, de preparar el pesebre viviente con los niños que interpretaban a los angelitos. También se hacían un lugar en toda esta actividad para coordinar un pequeño coro de niños que iba en los días previos a las viviendas de los abuelos que estuvieran solos o con poca familia para cantarles villancicos y entregarles un pequeño presente con confituras navideñas.
En los días previos, reuniendo a todas las mamás que tenían como trabajo limpiar algunas de las aulas del Colegio junto a sus pequeños hijos, compartían una cena con las Hermanas, al término de la cual cada niño se llevaba una bolsa con golosinas para disfrutar en Nochebuena.
Pero la fiesta que más esfuerzo ponían en organizar era la de Pentecostés, cuando se celebra la venida del Espíritu Santo, porque es su Santo Patrono, por lo que en los días previos las Hermanas se hacían presentes entre ellas y ponían también mucho empeño en la festividad religiosa.
Antonia Pin de Reser es y será una fuente de referencia en el Pueblo Santa Maria y por todo lo que significó en su Escuela Parroquial.
Por eso fuimos a solicitarle su mensaje en este tiempo, en este final de año, y nos contó que “pasaban horas decorando al detalle los conejitos de masa que la Hermana Costanza o la Hermana Inocensa horneaban para Navidad, para presentar en la cena que tenían con las mamás y los chicos. También todas las maestras, una vez a la semana o cada quince días, horneaban una masa en forma de patito y nos la entregaba a la hora del recreo”, cuenta Antonia Pin, quien conoce a las Hermanas porque estuvo pupila en un colegio religioso de Buenos Aires, mientras estudiaba, y luego fue docente y directora por muchos años del Colegio Parroquial Santa María.
“Tenían toda la dedicación, las 24 horas del día para pensar en la obra que estaban llevando adelante. Sabemos que la Hermana Joela cada noche pensaba en diferentes formas de recaudar dinero para sostener el colegio, también en la realización de acciones de caridad, de servicio y de espiritualidad de una comunidad como Santa María, que las tenía como conductoras espirituales. Pero a su vez todo lo que generaba la población también se hacía pensando en las Hermanas: las tortas que se horneaban en las casas, en cada fiesta o acontecimiento, siempre se reservaba una bandeja para llevar a las hermanitas del colegio”.
“Su partida dejó un enorme vacío que los laicos no pudimos llenar. Aún hoy se las extraña, porque sí que fueron irreemplazables en su acción religiosa hacia una comunidad que las quiso y mucho”.

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