Eugenia Unger pasó por Coronel Suárez, dio testimonio de vida y dejó un mensaje de esperanza.
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“Para que NUNCA MAS tanto horror vuelva a tener lugar”.
Les habló a los jóvenes, recordó los momentos más terribles y reconoció que estuvo enojada con Dios durante muchos años, pero hoy lo siente su protector.
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Tiene 85 años y una energía que debe ser la misma que la mantuvo con vida en los peores momentos, que le permitió soportar hasta lo increíble, que le dio lugar para sobrevivir y fuerzas para ponerse de pie, haciendo una vida nueva en nuestro país, donde llegó como ilegal, cruzando la frontera con Paraguay a través de Misiones hace muchos años atrás.
Como resumen de su vida ella dice que tiene dos hijos varones, 6 nietos y dos bisnietos que son “el mejor regalo del cielo”.
No duda en decir que estuvo “muy enojada con Dios durante muchos años, porque no podía entender como permitía tanto horror”, pero dice que “hoy lo siento mi protector”.
Estuvo cuatro años en el Gheto de Varsovia, pasó por muchos campos de concentración, entre ellos Auschwitz, donde era común ver a Eichman, Mengele y otros de la dirigencia Nazi, que establecieron la “solución final” para todos los judíos.
Recordó cuando una noche Eichman se presentó en la barraca donde sobrevivían alrededor de 2.000 adolescentes y jóvenes, de no más de 15, 16 años, anunciando que al día siguiente iban a estar todas en el cielo. Sabían lo que eso significaba: la muerte en la cámara de gas.
Esa noche, para soportar los llantos, los gritos de las jóvenes que no querían morir, se tapó los oídos con sus manos y quedó en la parte más alta de una cucheta, imperceptible con sus menos de 30 kilos entre los trapos en los que se abrigaba.
No se explica cómo sobrevivió a tanto horror. Sus ojos se acostumbraron a ver cadáveres apilados en las calles del Gheto. No pudo acostumbrarse nunca al olor de la carne quemada en los hornos de gas.
Se le saltan las lágrimas cada vez que viene a su mente alguna imagen vívida, como por ejemplo cuando un particular maestro, pedagogo, había recogido cientos de niños que habían quedado solos y un día fue inmolado junto a todos los pequeños que para entonces consideraba sus hijos.
Llegó al país con un hijo de un año de un combatiente del levantamiento del Gheto de Varsovia. Ambos aquí, en nuestro país, construyeron una vida propia y formaron una familia.
Hace apenas dos años perdió a su compañero de toda la vida. Cuando le preguntan sobre su presente suma a sus nietos y bisnietos y se emociona por esta posibilidad que la vida le ha dado, de formar una familia, a pesar que la que tenía en Polonia se la destruyó el odio genocida.
Y entiende que su misión es ésta: la de refrescar la memoria, la de ser testimonio viviente con su mensaje, mostrando su brazo izquierdo donde tiene tatuado el número 48914 como prisionera de un campo de concentración, para que NUNCA MAS tanto horror vuelva a tener lugar.

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