Eugenia “Genia” Rotsztejn de Unger.
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Tiene 85 años. Nació en 1926 en Varsovia, Polonia. "Tenía una familia como todos”. Vivía muy bien.
Genia y sus tres hermanos estudiaban y su padre tenía un puesto muy importante. Pero a los 13 años, cuando llegaron los nazis, se terminaron los privilegios. Comenzaron los bombardeos, la ciudad fue invadida, su padre fue obligado a renunciar.
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Apenas entraron los nazis obligaron a todos los judíos, Eugenia incluida, a usar una banda con la estrella de David amarilla en el brazo y empezaron a cerrar las calles, para formar el Gueto.
En 1940 Eugenia y su familia se vieron obligadas, como todos los judíos, a desplazarse al Gueto de Varsovia.
Su infancia quedó ahí, ese día, en esa casa. Días después sería la eterna sobreviviente.
Su adolescencia transcurrió en el Gueto de Varsovia. Se vivían los últimos días de la llamada “Solución Final”. De los cuatro hermanos (dos mujeres y dos varones) dos habían desaparecido, Renia y David, seguramente asesinados en la lucha diaria por la supervivencia en el Gueto o quizás habían sido deportados a los campos de la muerte.
Dentro del Gueto las matanzas eran habituales, lo que convertía los días en una agonía. A cada persona se le daba una ración de 150 calorías diarias. La gente se moría en las calles, había montañas de muertos, cada vez más enfermos de fiebre tifoidea. Como en muchos otros guetos también en el de Varsovia había una organización clandestina de resistencia, en la cual participó uno de los hermanos de Eugenia, Ygnasz. Los mayores se escondían en los bunkers mientras que los jóvenes, como Mordejai Anilevich, Antek Zuckerman, Teperman, Tzivia Lubetkin y otros, formaron grupos y lucharon con coraje y mucho valor por la dignidad de los habitantes del Gueto y la del pueblo judío, que estaba siendo denigrado y aniquilado. Eran adolescentes de 14 a 20 años que se tiraban sobre tanques, luchaban con bombas molotov que se encendían y tiraban por la ventana
Durante el levantamiento, los que no formaban parte de la resistencia (como Eugenia y sus padres) no entendían nada. Durante el día se escondían en los bunkers y salían sólo de noche. Muchos se presentaron ante los nazis porque les ofrecían un kilo de pan o de mermelada. La gente estaba muy hambrienta. Eugenia y su familia vendían todo que lo podían en la zona aria. Su mamá tenía joyas y pieles que Ygnasz y Eugenia se turnaban para canjear, pasando por los pozos o haciendo un agujero en los muros para salir. Con esto hacían contrabando y podían vivir.
Un día Ygnasz entró corriendo al bunker alertando a su familia que los nazis ordenaban, mediante afiches pegados en las calles, que al día siguiente debían presentarse en un área de aproximadamente 10 cuadras. Ese día, Ygnasz decidió no reunirse con su grupo de lucha para quedarse con su familia, a la cual sugirió que desoyeran la orden.
Así estuvieron todo el día, que parecía ser eterno; los nazis no aparecieron porque estaban abocados a matanzas callejeras. Al anochecer volvieron al bunker, sin la madre de Eugenia, que sorpresivamente había desaparecido.
Éste, que resultó el último bunker, era originariamente la panadería donde se horneaba el pan. El búnker era compartido con otras 14 personas. Al día siguiente llegaron los nazis, quienes arrojaron gases dentro del escondite mientras les ordenaban que salieran con los brazos en alto.
Así fueron obligados a caminar hasta el Umschlagplatz del Ghetto, lugar donde se reunía a los prisioneros, previo a su traslado a los campos de exterminio.
En el transporte Eugenia se reencontró con su madre, pero a su padre y a su hermano Ygnasz nunca más los volvió a ver.
Así llegó a Majdanek, el primero de varios campos de concentración por los que tuvo que pasar. Luego estuvo también en Auschwitz-Birkenau (donde participó de la Marcha de la Muerte), Ravensbruk, Rehov, Malahov.
Cuando bajaban de los trenes la mitad de los pasajeros estaban muertos por asfixia, hambre, debilidad. En los campos los rapaban, les sacaban la ropa. A Eugenia y a su madre las alojaron en barracas repletas. Dieta de cáscaras de papas y zanahorias. Récord de peso: menos de 30 kilos para Eugenia. Tenían que hacer sus necesidades en baldes, dormían de 7 u 8 en una cama, el agua estaba contaminada. Estas condiciones tan insalubres favorecían las enfermedades.
En Majdanek perdió a su madre, último miembro de su familia. A partir de ahí no había hermanos, papá, ni mamá. Trataba de escaparse.
Auschwitz es un capítulo aparte para ella. Su brazo izquierdo tiene un sello, 48914, legado de esos días.
Eugenia se escapó casi al final de la guerra, luego de la Marcha de la Muerte. Iba caminando con una compañera, más adelante, y propuso escaparse, cosa que logran.
Lo que vino fue terrible también: tres meses durmiendo en la calle, pidiendo limosna.
Cuando terminó la guerra intentó volver a Polonia a buscar a su familia. También pasó por un campo de refugiados donde durmió tres años en el suelo. Finalmente quiso viajar a Israel y el Mandato Británico no le permitió la entrada. Intentó irse a Estados Unidos, tenía los permisos y no la dejaron. Hasta se le ocurrió volver a Auschwitz, sentía que allí estaba su lugar, era algo innato, es casi volver a que la asesinaran.
Finalmente llegó a Argentina de forma ilegal, con su pequeño hijo. Antes estuvo en Brasil y Paraguay. Lo recuerda como uno de los días más largos de su vida: una hora esperando en la frontera que zarpe el barco "Asunción". Llegó a las 4 de la madrugada, sin dinero ni valijas. Más tarde llegó su marido, David Unger, uno de los combatientes del levantamiento: ese fue otro comienzo.

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