El Tío Tarasca.
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El tío Tarasca era el menor de los seis hijos de Manuela y Demetrio Zaballa. La casa familiar estaba ubicada en la esquina de Lamadrid y Urquiza, donde cada encuentro era de plena alegría, lleno de cuentos graciosos, cantos y risas estridentes. Verdaderas fiestas donde los hermanos (aun los más tímidos) hacían contrapuntos por alegrar más. Y los primos disfrutábamos muchísimo.
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Nuestra casa (la de Eduardo, el Negro, el de La Nueva Provincia y, antes, de la Cooperativa San Martín) estaba donde ahora está la rotisería Los Troncos, pegada a la de los abuelos. Esa ubicación nos permitía disfrutar diariamente de la visita de Tarasca, que como buen hijo menor era apegado a su mamá y hacía su pasadita para ayudarla en el cuidado de la pequeña huerta doméstica. Como mi padre era el penúltimo de los hermanos y eso en familias numerosas significa que se tuvieron que arreglar bastante solos, entre ambos había mucha comunicación y entendimiento. Siempre terminaban sus charlas con un cuento o alguna anécdota graciosa. Siempre se despedían riéndose.
Tarasca era, por lejos, el extrovertido y el famoso de los Zaballa. Todos los encuentros sociales lo tenían como animador incansable, y se veía que disfrutaba mucho de serlo. Reconozco que en algún momento me pregunté cómo sería para dentro de su familia: ocurre a veces que quien es tan abierto socialmente, suele ser cerrado en la casa. Pero a la vista de la manera en que toda su familia (mujer, hijas, nietos, yernos… hasta ex) le acompañó en su última etapa de complicaciones en la salud, parece que el afecto y la buena disposición desbordaban para todos.
Era un hombre austero, honesto, que jamás hablaba a espaldas del otro, muy agradecido. Dispuesto a dar permanentemente, y mucho más de su principal don: el canto. En cada cumpleaños venía y decía “che, no me quedó para comprarte algo, pero te voy a regalar un tanguito especial para vos”, y entonces ahuecaba su mano junto a la oreja para escucharse la afinación… y te cantaba. Maravilloso!
Fue, también, un hombre afortunado. Por ejemplo, encontró en esa etapa difícil que es la de retirarse de los escenarios, a Nélida su esposa y compañera de los últimos 25 años. Esta mujer significó mucho para Tarasca: al principio, porque reconoció y respetó la memoria de la Negrita Cuevas (la madre de María del Carmen, Nilda y Cecilia) de la que el tío había enviudado; luego porque le dio a Ana Lucía, la cuarta hija con la que el tío recuperó la alegría de cantar y que hasta le llevó a subir humildemente al escenario de la fiesta escolar; y finalmente porque Nélida fue quien lo impulsó y permanentemente lo respaldó para su consolidación en ese segundo hogar que para él fue “la Radio”.
Allí Tarasca renovó el contacto con el público. Recibió su cariño y pudo entregarles todo lo de él: la alegría, el afecto, la transmisión de sus experiencias, las canciones especialmente elegidas y donde, como bien señaló una de las cartas que se publicaron en estos días, lograba que cada uno de sus oyentes se sintiera importante: los reconocía, les dejaba hablar, los escuchaba, les respondía. Son pocos los que logran cumplir estos cuatro pasos. En Tarasca era una marca de fábrica. El punto máximo de esta relación seguramente se dio en el aquel memorable encuentro en que en el aniversario de La Nueva Radio Suárez subió al escenario del cine-teatro Italia, se prodigó en un esfuerzo mayúsculo que implicó horas de ensayo y preparación, para poder ser claro merecedor de un encendido aplauso que hasta a los que vivimos en Buenos Aires nos conmocionó.
Nuestra familia es de origen vasco, y uno de los problemas cuando “pasan lista” al llegar a la escuela primaria es cómo se pronuncia nuestro apellido. El abuelo Demetrio nos aclaraba que no se dice “zabaya”, ni “zabala”, ni “zabalia”, sino que se pronuncia “Zabal-la”. Lo decía alargando una “L” sobre la otra, como a veces hablan los italianos. Nuestro primo Hugo, el artista, lo resolvió montando las dos letras ele cuando firma sus obras.
En euskera, “zabal” significa “ancho”. Se aplica para llanura, meseta, donde se agranda y nivela el camino. Y también para hablar de la extensión del pecho del hombre. Así, entonces, se comprende: se necesitaba un Zabal-la para contener el enorme corazón de Tarasca!
Carlos E. Zaballa
Buenos Aires, septiembre 2011.

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