"Cuando estás en lista de espera, el fantasma de la muerte siempre coquetea".
Cristian Goya recibió un doble trasplante, de corazón y médula ósea, y hoy puede disfrutar de su hijo y su familia; como cientos de personas prolongó su vida gracias a la solidaridad de otras personas. - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - El estaba internado en una habitación del hospital Italiano entre sueros, cables y máquinas que controlaban cada reacción de su cuerpo. Había sufrido una descompensación y al día siguiente comenzaba con las sesiones de quimioterapia. En el piso de abajo, en la sala de Maternidad, su esposa estaba en pleno trabajo de parto. "Le dije al médico: 'Mirá, es mi primer hijo y quizás el único. Necesito estar ahí, te firmo el alta, lo que sea. ¡Yo me voy! Al otro día, cuando me fueron a poner la quimio , era el tipo más feliz de la vida'". Ya recuperado del doble trasplante, de corazón y médula ósea -el primero de este tipo en Sudamérica-, que le hicieron en 2008 Cristian Goya recuerda aquel momento y la voz le tiembla.
Varios años antes que Joaquín, el hijo de Cristian, nacía Dante, el hijo de la primera mujer trasplantada hepática en un hospital público. Y a partir de ese hecho, cada 30 de mayo, se celebra el Día Nacional de la Donación de Órganos para demostrar la posibilidad de dar vida después de haber recibido un trasplante. La conmemoración llega con datos que representan récords históricos según el Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (INCUCAI): en 2010 la Argentina alcanzó una tasa de 14,5 donantes por millón de habitantes, lo que ubica al país entre los primeros de Latinoamérica, y hubo un total de 583 donantes reales que permitieron que 1.293 personas reciban un trasplante.
Hoy habrá reconocimientos en los hospitales donde se realizaron más trasplantes durante 2011, menciones a los organismos que difunden la donación de órganos y, lo más importante, la campaña para sumar donantes no se detendrá.
Primeros síntomas. "Yo soy obstetra, estuve en varios nacimientos y no podía faltar en el de mi hijo", insiste Cristian, oriundo de Coronel Suárez , a unos 500 kilómetros de Capital Federal. Allí quedó su trabajo, sus amigos y parte de su familia cuando recibió el diagnóstico contundente: por una enfermedad oncológica de la sangre debía recibir un trasplante de corazón y otro de medula ósea.
Sus síntomas comenzaron la noche previa a un parto programado de trillizos, en abril de 2008. "No pude dormir porque tenía mucha tos. A la mañana me fui temprano al hospital para que me viera un colega. Me quería dejar internado. Después del nacimiento me interné, fue todo de un día para otro", recuerda.
Como cientos de personas que aguardan un órgano Cristian estuvo en lista de espera, con mayor prioridad a medida que se agravaba su cuadro hasta ubicarse en emergencia nacional. "Acá no hay títulos, dinero o contactos que te puedan ayudar, hay que esperar el turno".
La familia vivió la espera con muchos cambios. En abril tuvo el diagnóstico y en noviembre recibió el trasplante de corazón; meses después se realizó el de médula. Durante ese lapso se trasladó a Buenos Aires con su esposa, Cora, embarazada. "Siempre tuve fe, sabía que salía adelante peleándola. Tenía cierta tranquilidad, pero cuando estás en lista de espera el fantasma de la muerte siempre coquetea con vos", admite. "Entraba a la unidad coronaria [del hospital Italiano] y veía a un muchacho en la misma situación; un tiempo después, falleció".Cambio de vida. Cristian sabía que su salud se deterioraba si no llegaba el órgano. Lo podía medir en pequeñas hechos de la vida cotidiana, por ejemplo, agitarse al cepillarse los dientes, lavarse la cabeza o bajarse de un taxi. "Me compré un cepillo eléctrico y me lavaba por etapas. La situación es angustiante, terrible, porque vas viendo que te descompensás, que lo que antes hacías fácilmente te cuesta horrores", apunta.
Antes de necesitar los trasplantes la vida de Cristian era normal. Cuenta que amanecía temprano, jugaba dos horas por día al tenis, atendía en su consultorio y hacía la recorrida habitual por el hospital.
Tras las intervenciones abandonó el cepillo de dientes automático y su recuperación fue rápida. Recuerda que había perdido mucha masa muscular y que en Buenos Aires subía y bajaba los diez pisos del edificio donde vivía con pesas en los tobillos. "En mi casa [de Coronel Suárez] hacía sentadillas con Joaquín en los hombros. A veces el agarraba una pesita y me acompañaba con los ejercicios".
Hoy Cristian volvió a su vida normal, hizo cumbre nuevamente en Sierra de la Ventana junto a su fiel amigo Pato -cómo lo habían prometido antes de las operaciones- y su salud se va fortaleciendo. Se siente en deuda con uno de esos "héroes anónimos" que tienen nombre y apellido, pero que no se conocen. "Me aferré a un ser superior para zafar, pero sólo me salvó la solidaridad de un familiar que perdió a un ser querido, que tuvo un acto altruista de donar los órganos", dice Cristian. "Hoy puedo disfrutar de mi hijo y de mi señora gracias a esos gestos".
Fuente: www.lanacion.com.ar
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