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El fuego dejó en el monte heridas que no resultará fácil cicatrizar.

Una dura imagen de desolación es la que uno se lleva cuando recorre algunos de los tantos campos que el fuego destruyó recientemente en la zona de Villarino.

La liebre patagónica (mara) corre desesperada delante de nuestra camioneta.
Sospecha, tal vez ,que no le alcanzó con sobrevivir al fuego, que ahora le aparece otro desafío en su vida.
Lo propio hacen por el aire las martinetas, acosadas por el ruido del motor.
Son apenas, algunos de los pocos ejemplares de una fauna que terminó diezmada por los voraces incendios que azotaron y asolaron gran parte de nuestros campos.
Circulamos por uno de los laterales imaginarios de una propiedad del partido de Villarino que ya no tiene límites físicos, como tantas otros.
Todos nuestros acompañantes fueron víctimas de un siniestro sin antecedentes por aquí.
Los relatos se entremezclan pero coinciden en la magnitud del siniestro y en sus tremendas consecuencias.
También nos confunden las fechas, porque mientras se apagaban algunos focos, aparecían otros.
Sí, queda en claro que las llamas avanzaron desde el lado de La Pampa y que no hubo forma de contenerlas.
Luis Mansilla tiene su propiedad cerca del Meridiano V. Su yerno, Cristian Jerez admite que alcanzaron a encerrar las vacas, que se perdió el 80% de todo y que casi no le quedaron alambrados.
"Algunos pudimos parar, pero el alambre está tan débil que si lo toca un animal, se quiebra", reconoce.
El andar muestra kilómetros y kilómetros sin que se pueda encontrar un paisano.
La gran sequía de 2009 dio el primer sablazo.
"Los campos quedaron despoblados. El pasto fue apareciendo pero faltaron animales", nos cuentan.
Hace poco llegó una primavera seca, un verano más seco y tormentas en las que predominaron los rayos que encendían nuevos focos, mientras la lluvia, débil, se diluía antes de llegar al suelo.
"Desde 2009 a hoy se abandonaron muchas tareas", admite Fabián Visani.
Ya no hay aguadas y no queda mucha gente en medio de los montes, de manera que no existe quien, aunque sea, pueda dar una alerta.
"Calor como este año, pocos, y vientos tan intensos en verano, menos", reconoce Carlos Rubio.
Rubio tiene campo para el lado de la costa del río Colorado, junto al meridiano y otro en La Pampa, próximo.
De entrada se le quemaron unas 3.000 hectáreas pero pudo sacar las vacas de cría.
Después se le quemó el 60 por ciento de otra propiedad.
--¿Qué pudieron hacer, Carlos?
--Arreglamos una parte del alambrado para que el vecino pudiera largar las vacas a pastorear.
Fabián Genovesi trabaja en la consignataria Roberto Raúl Genovesi SRL.
"Nos metimos para ayudar a nuestros productores. Vivimos de ellos. Si se terminan las vacas, ¿adónde vamos a parar?", se pregunta.
Admite que hoy el hombre de campo está desamparado.
"Vino el ministro --Leonardo Sarquis--, prometió un poco de ayuda, pero hasta hoy no vimos nada", asegura.
Apunta que el Banco Provincia ofreció créditos a pagar en tres años.
A su entender es poco tiempo.
"Hay que hacer una gran inversión sólo en alambrados, pero también hay que vivir...", dice.
Remarcó que a veces el productor necesita deshacerse de parte de su hacienda..., "pero le terminan cobrando Ganancias...", advierte.
Tras reconocer que el municipio cumplió, aportando rollos de pasto, se quejó del gobierno nacional.
"Somos socios para pagar impuestos, pero no lo somos en las malas...", acotó.
La camioneta sigue su marcha.
Ya no necesitamos abrir tranqueras para pasar de un cuadro a otro, simplemente porque no están; se quemaron.
Transitamos por lo que fue una huella que los vientos han borrado al desplazar los suelos desnudos.
Ya no se ven postes en pie, por más que fueran de quebracho.
Las varillas de madera fuero fácilmente consumidas y si queda algún pequeño tramo de alambrado, seguramente no podrá ser recuperado.
--¿Cuánto cuesta reponer un alambrado?
--Sacá la cuenta. El metro vale unos 115 pesos y los campos aquí tienen miles de metros...
Imposible de reconstruir.
"Son costos que los productores no pueden afrontar, ni siquiera vendiendo el capital de trabajo que tienen, que son los animales", nos comentan.
Si un ganadero tiene 40 vacas, ni vendiéndolas puede reponer 3.000 metros de alambrado.
"Y después, ¿qué hace?", nos preguntan.
Obviamente, no tenemos respuesta.
La salida, seguramente, tiene que venir del Estado.
"Necesitamos un aporte para asegurar los materiales. Pero que quede en claro que no queremos que nos regalen nada. Queremos pagar, aunque es lógico que necesitemos tiempo", comenta Fernando Ostrovsky.
Cuando ingresamos a su campo, que es un rectángulo de unas dos leguas en su parte más extensa, tenemos la sospecha de que ha sido un establecimiento de avanzada para lo que es el monte.
Lo reconocen los acompañantes.
El padre de Fernando y de Guillermo, su hermano, a quien todos conocen como "Pupe", siempre tuvo la particularidad de invertir en la tierra buena parte del capital que la misma le daba.
De ahí que la propiedad estuviese dividida en cuadros internos que permitían un mejor movimiento del ganado.
Una simple mirada permite reconocer que nada de eso quedó. Lo peor es que tampoco quedaron los límites.
No preguntamos por fechas de comienzo del fuego, porque fueron varias.
"Arrancamos tratando de apagar el campo de mi hermano, junto al meridiano, pero en territorio pampeano", recuerda.
Admite que nunca estuvieron solos, porque colaboraron los bomberos del pueblo y también se sumaron muchos vecinos.
Pero resultaba imposible parar algunos frentes que tenían miles de metros de ancho, empujados por vientos de 50, 60 o más kilómetros.
Semejaba un volcán en movimiento, según dicen.
"En mi campo tratábamos de cosechar, por un lado, y de apagar el siniestro, por otro", relata.
Imposible.
Con el agravante de que hoy el fuego procedía del norte y mañana golpeaba por la espalda, llegando desde el sur.
Lo único que pudieron salvar fue la casa, junto a la cual se concentraron cosechadoras, tractores y otras maquinarias.
Observándola desde lo alto, semejará un círculo donde aparenta haber vida, en medio de la nada.
"Cuando quisimos acordar, se encendieron los rollos de pasto...", acota. Más combustible...
--Fernando, no alcanzo a imaginar cuántos metros de alambrados perdieron...
--Afortunadamente salvamos algunos corrales, pero calculamos más de 40 mil, todos con postes de quebracho.
"Nosotros habíamos tomado precauciones, porque se había quemado el campo de un vecino, pero cuando llegó el fuego, aca no tuvo contemplaciones", asegura.
Agrega Fernando que la lucha fue por demás intensa.
"Nos tirábamos a dormir dos o tres horas pero pensando en lo que podía venir. Imposible descansar", cuenta.
Hoy, como sus pares, tiene sensaciones extrañas que no se borran.
"Veo gente inundada y pienso que, al menos, tengo casa para dormir, pero me subo a la camioneta, salgo a recorrer y encuentro todo destruido y no sé para dónde arrancar...", expresa.
Por momentos, la mirada junta imágenes y se producen silencios en el andar.
"Se podrían aprovechar los tubos de descarte de las cañerías de transporte de petróleo y de perforación. Serían fuertes ante otro siniestro", nos comentan.
Es que ante siniestros de esta magnitud, el poste de quebracho ya es débil y las varillas mucho más.
Apenas si sobrevivieron las viejas, las de hierro, que están acostadas esperando que alguien intente armar otra vez los límites.
La voracidad del fuego queda reflejada en el hecho de que ni los añejos caldénes pudieron sobrevivir. Y los que están en pie, ya no tienen vida.
Los suelos parecen volcánicos y ofrecen una apariencia extraña cuando se arma un remolino, porque asciende más ceniza que tierra.
Lo único que podría poner una cuota de esperanza es una buena lluvia que riegue los campos.
Cuando los pastos comiencen a crecer, quizás surja una sonrisa de los rostros hoy apesadumbrados.
Seguimos la marcha. Todo es desolación, hasta que una perdiz se cruza. Y pensamos, ¿dónde se habrá escondido aquella la liebre?...
Fuente: La Nueva.

 
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